jueves, 28 de octubre de 2021

Entre cédulas te veas

El comisario Seamol garabateó en su libreta un resumen de su nuevo caso: “Asesinato ocurrido en la casa de la víctima. Disparo descendente con entrada por el hueso frontal. Hora estimada de la muerte 2:00 pm. Varón de 44 años, sentado en la sala de su vivienda, y obvio que había estado en posición decúbito supina en el sofá. Cabello recién lavado, manchas de tinta de periódico en las manos. No hubo robo”.

Ya había interrogado a la esposa. El día del hecho, ella fue a su club, llegó alrededor de las 9:00 am; practicó tiro al blanco y luego se reunió con sus amigas para lo de la próxima fiesta de Halloween. Cerca de la 1:30 pm tuvo que ir a su casa por la lista de invitados, y en menos de una hora estuvo de vuelta. Regresó a su hogar como a las 5 pm y le extrañó ver el carro de su esposo en el garaje, pasó a la sala, lo vio en el sofá; se le acercó, al percatarse de la sangre, se asustó mucho y fue donde el vecino por ayuda. No vio a su esposo cuando fue por la lista. Puede estar mintiendo: falleció cerca de las 2:00 pm, había pensado Seamol.

A la semana el comisario recapitulaba con sus asistentes. El triángulo amoroso constituía el meollo de todo el asunto; el amante de la esposa no sólo era socio de la víctima, sino que en la empresa tenía hechos dolosos que le estaban reportando una buena ganancia; el amante podría desear esa muerte para que no salieran a la luz pública sus manejos turbios. Declaró que lo de ellos era puro sexo, nunca hablaron de hacer una cosa tan horrenda como esa. El amante estuvo todo el día en la compañía; la víctima le notificó que se tomaría la tarde. La señora tenía seis meses practicando tiro al blanco. Por su celular se supo que estuvo en su casa como a las 2:00 pm y que recibió una llamada del amante de apenas noventa segundos de duración.

Seamol se quedó solo y sacó su libreta, algo lo inquietaba. Leía con cuidado, con su mano seguía las palabras, la dejó inmóvil y vio la mácula: en las manos del occiso había restos de tinta; pero en la escena del crimen no había ningún periódico; así que alguien lo hizo desaparecer. Llamó a la secretaria de la empresa que confirmó que su jefe había salido con su TalCual debajo del brazo. Pidió que le trajeran un ejemplar de ese día. Seamol se dedicó a hojear el periódico; luego de quince minutos gritó “Esto es”, y para corroborarlo revisó el dosier del caso y buscó la cédula de ella y la cotejó con un aviso para solicitantes de portes de armas para que los retiraran: ella era uno de ellos.

Reunió a sus compañeros, que trajeran a la señora; él ya sabía cómo había sucedido todo. Cuando llegó, fue directo:

—Señora, usted llegó a su casa, su esposo leía el periódico acostado en el sofá, hablarían poco porque usted tenía que regresar al club; recogió la lista, recibió la llamada de su amante y éste le comentó el aviso en TalCual dirigido a los solicitantes de portes de armas, y ahí aparecía su cédula; quizás el amante no conocía su número, se lo preguntó y se cercioraría de que aparecía en el aviso —el comisario hizo pausa, ahora venía su toque de genialidad—: mientras hablaban, se percató de que su esposo se sentaba con cara de sorpresa, claramente leyendo su cédula, y usted tuvo que dispararle. En verdad, yo no me imagino a nadie que no esté solicitando porte de arma, fijarse en un aviso atiborrado de números.

—¿Cómo probará esa sarta de mentiras? —preguntó ella.

—Fácil… —Seamol fue interrumpido por uno de sus asistentes, que se le acercó y le dijo algo al oído—… Bueno, sigo. Usted recibió la llamada a las 2:13 pm, pero su amante no lo ratificará, acaba de abandonar el país.

Ella acusó el golpe, explayó los ojos y con lágrimas contestó:

—Esto no se queda así, señor comisario; veo que caí en la trampa de Raúl, mi amante como usted lo llama. Sí, sucedió como dice, mi esposo no podía ver un grupo de cifras porque instintivamente buscaba mi número de cédula sin siquiera ver el título del aviso, una costumbre de cuando éramos pobres y felices y nos la pasábamos llenando cupones de ofertas de los supermercados. Una vez le planteé a Raúl que me divorciaría, él simplemente me contestó que mi esposo no debería desaparecer de mi vida, sino de la de ambos; me convenció de que lo matara yo, así que solicité el porte de arma y me inscribí en el polígono de tiro; Raúl me consiguió un arma, era mejor usar una no asociada conmigo. Decidimos hacerlo en la próxima reunión de la junta directiva; ese día mi marido sale tarde y el estacionamiento es muy oscuro, salió el aviso y usted dedujo lo demás…


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