Tal Cual - 15/1/2002
En los últimos meses, nuestra madre no rondaba por los pasillos de la casa; las bendiciones nos las impartía desde su lecho de enferma, donde la placidez de su rostro anhelaba una muerte que se acercaba distraída. El jardín mostró los efectos de su ausencia: un hermoso y esbelto mamón se derrumbó a los días de su partida. Ahora su impronta se presenta por ráfagas, envuelta en recuerdos desordenados; saltando de una época a otra. Por allá aflora la etapa de la primaria, cuando sutilmente nos exigía la lectura del libro de primer grado, porque aparte de progenitora, fue la maestra que nos enseñó a todos a leer, así como también a sumar, o a ser diligentes. La adustez desaparecía por el amor con que lograba que los números estuviesen correctos o las planas derechitas. Cuando teníamos que andar solos, y ya era bachillerato, en el corredor se oía, a las tres de la mañana, su venir para despertarnos de madrugada y así ser los mejores del colegio. Minutos después llegaba con una taza de café y un plato de tajadas. Mientras estudiábamos, ella se ocupaba de las otras tareas de la casa que alternaba con las confecciones de los pantalones, camisas o vestidos que vestirían a la familia. Las memorias pasan de Duaca a Siquisique. Una hermana nos dejó; las lágrimas de la madre cobijaron la desnudez de la hija y el intenso dolor hizo que sus huellas y las de nuestro padre se hicieran más comunes. Su carácter atemporal, y quizás por ello más consustancial con la realidad de la vida, nos lleva a un incidente callejero del marido que la preocupó; pero que supo encarar con entereza: le sirvió para enfrentar, días más tarde, a los hombres que buscaron venganza. Mi padre, en la intimidad de la alcoba, sugirió la posibilidad de pedir un traslado en el trabajo a otra ciudad. La respuesta fue que prefería un valiente muerto a un cobarde vivo. El autor evoca las reminiscencias anteriores desde que su madre, la señora Enoe, abandonara este mundo el pasado 24 de diciembre. Sus recuerdos y bondad nos acompañan.
Marcial Fonseca