El Nacional - 29/3/2000
La multitud enardecida que perseguía a Juan José se le acercaba peligrosamente cuando dobló por el callejón y vio la casa de su compadre Pedro Pablo. -Compadre, ¿qué le pasa? -dijo Pedro Pablo- ¿qué es esa gritería, por qué viene a pie, dónde dejó su carro? -Déjeme explicarle. -Pase, siéntese en el banco. No, no, pasemos a la casa -sugirió asustado. Ambos se meten rápidamente a la vivienda. La muchedumbre desacelera el paso, extrañada porque no ve al perseguido; la gritería se diluyó en "qué se hizo", "dónde está", "debe de ser un espanto", y todos, ya calmados, miraban al cielo, para ver por dónde se había ido. -¿Por qué huía? -quiso saber Pedro Pablo. -No va a creerme, tenía la idea de que podía volar, al natural; de hecho en mis sueños volaba y descubrí el truquito. -¿No me diga que voló? -lo interrumpió. -Pues sí; pero ha sido una odisea, esa gente que oyó venía tras de mí. -Empiece desde el principio, compadre. -Estaba en el trabajo, subí a la azotea del edificio, me preguntaba lo hago o no lo hago, me decidí, me lancé al vacío, con los brazos y piernas extendidos, y me fui en caída libre, como una piedra; no lograba dominar mi cuerpo, vi a la muerte; batía y batía los brazos pero no lograba enderezarme. -Se dice estabilizarse. -Está bien, no lograba estabilizarme, me viene a la mente los sueños, y recuerdo que las piernas tenían que estar paralelas, lo hago y la velocidad de descenso disminuye; también que debía moverlas como batiéndolas hacia mi cuerpo; y no lo va a creer, compadre. -Se estabilizó. -Sí, poco a poco controlo la situación, bajo o subo a voluntad. -¿Y la gente? -Al principio, me vieron con lástima porque creían que me suicidaba, luego con pavor; bueno, continuando, sigo a lo largo de la avenida Sucre, llego a la autopista y me encamino, mejor dicho vuelo hacia el litoral; todo era muy agradable, me sentía livianito... -¿Hasta dónde llegó? -Hasta La Guaira. Me regreso en la Compañía Guipuzcoana, la subida fue muy difícil, muy ardua: la gravedad es muy pesada; los brazos empezaron a dormirse, las piernas no me daban, me faltaba el aire; por fin llego a Catia y para descansar me arrimo a la falda del Avila, me dejo llevar, planeo; siento el frío de la montaña. En Petare, decido visitarlo; al enfilarme hacia acá veo, imponente, la pista de aterrizaje de La Carlota... -¿Tenía pensado descender ahí? -lo interrumpió. -No, ya le dije que había decidido visitarlo. -Entonces, ¿por qué mete La Carlota en esto? -No es que la esté metiendo, es que al ver la pista, no aguanté y la sobrevolé toda como a unos diez metros de altura, antes de dirigirme a su casa. -¡Compadre Juan José, estamos hablando en serio, dígame, ¿tenía permiso para sobrevolar La Carlota? -¡Claro que no! -Entonces, compadre, sin la correspondiente autorización, le hubieran disparado y a esa altura no pelan, así que no me mienta, tiene que haber venido directamente para acá, yo oí la gente que lo perseguía, mejor termine el relato; pero sin inventar.
Marcial Fonseca