miércoles, 15 de diciembre de 2010

Mensajes oníricos

Artículo escrito alalimón con mi hijo Jorge Luis Fonseca, publicado en Tal Cual, Caracas, Miércoles 15 de Diciembre de 2010.

Estaba muy contento con su regalo, ya le había dicho a los suyos que cada uno tenía un repique diferente; las llamadas de la esposa lo alegrarían con la Murga panameña; las de la hija le recordarían Obladí obladá y las del varón, Hey Jude. Cualquiera otra llamada, las Cuatro estaciones. Para los mensajes texto, simples tonos en orden vocálico. Para su mujer un talalán, para la niña, telelén y para el varón, tililín; para los demás, tololón; y para aquellos de origen desconocido, tululún. Así de moderno era el celular.
Esa noche se fue tarde a la cama porque estaba grabando los números en su nuevo móvil. Antes de subir, se cercioró de que todas las puertas estuviesen cerradas; y apagó la lámpara donde estaban cargándose los celulares de la familia; como siempre, el suyo era el único que no se quedaba ahí porque era también su despertador.
Colocó el teléfono en la mesita de noche; para no molestar a su mujer se introdujo en la cama con mucho cuidado. Por el cansancio, a los pocos minutos ya estaba soñando. El sueño era en blanco y negro, en él hablaba con unos amigos y el talalán de su esposa lo interrumpía a cada momento; pero no había mensajes. Esto sucedió tres veces; a la cuarta, despertó y se dio cuenta de que el móvil tenía la pantalla encendida y un texto que rezaba: Te espero abajo. “Mi mujer está jodiendo, bajó y me está enviando mensajes”, pensó él mientras volteaba hacia el lado de ella; se sobresaltó al verla dormida. De nuevo talalán, ahora sí se asustó, aun así leyó el corto mensaje: Ven. Se levantó dispuesto a averiguar qué pasaba; salió del cuarto y vio a sus hijos en sus camas. Caminó en puntillas por la escalera; todo parecía normal; aunque había más frío que de costumbre. Se dirigió a la cocina y oyó un ruido que venia de arriba; se volteó y al final de la escalera estaba una cosa alta, amorfa y con largos y huesudos dedos como tenues latigazos de luz. El esposo cerró los ojos y se dijo a sí mismo, “Estoy soñando y estoy en la cama con mi mujer”; abrió los ojos y no era cierto, estaba en planta baja y la cosa seguía allá arriba. Mientras decidía qué hacer, los débiles destellos empezaron a descender; cuando los dedos casi lo tocaban un fogonazo rojo inundó el espacio y de repente él estaba en su habitación, parado al lado de su cama. Se alegró; “Sí era un sueño”, dijo; pero en la mano tenia una muñeca blanca y en la puerta estaban sus hijos sorprendidos porque la mamá no estaba en la cama, su lado estaba vacío. El papá, absorto, miraba la pantallita iluminada del teléfono; cuando se desvaneció la luz, los tres fueron devorados por una oscuridad infinita.