lunes, 21 de noviembre de 2011

Otra anécdota de mi padre

Ahora una anécdota que cae en el mundo de lo escatológico. 


Como saben, en Lara no tenemos playa, bueno, por ahí hay unos playones, pero eso es otra cosa. Retomando el hilo, a falta de playas, nos vamos a los ríos, bien equipados con cerveza, ron y cocuy, aunque parezca mentira únicos remedios para el frio nocturno y para sus acompañantes, los ruidosos mosquitos. Luego de repartirnos las tareas, mejor dicho que los adultos (mi padre y su compadre) nos dijeran a los muchachos que andábamos (mi cuñado y yo) qué hacer, a mí me tocó el sancocho del sábado. Gracias a las enseñanzas de mi madre, corté las vituallas, seleccioné el agua del rio en un lugar lejos de los bañistas; y había hecho un sabroso sofrito. Mi padre se sentó a mi lado mientras yo cuidaba la sazón del condumio. En eso una mosca, mejor dicho un moscardón de esos verdes cayó en la olla. De inmediato murió, inclusive las patitas, desprendidas, flotaban en el caldo. Rápidamente tomé un cucharón y la saqué, y a sus desparramados miembros también. 

Mi padre, asquiento él, me dijo que él no iba a comer. Pero papá, me disculpé yo mientras sacaba lo que pudiera quedar del animalejo en la olla, vea, estoy sacando todo, hasta el agua que la rodea. No, hijo, insistió, yo no voy a comer eso. Papa, dije yo con una piedra salvadora, si la candela mata todo. Mi padre, pensativo y también buen jugador de dominó me espetó, Hijo, ¿usted se comería un mojón frito? Se me quitaron a mí también las ganar de comer sancocho.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Una anécdota de mis padres.

Ellos siempre salían en un viejito willys, azul ya descolorido. Como ya no estaba para mucho trote, el carrito, siempre les estaba echando vainas. Pero lo más problemático de las averías era el triángulo de seguridad, que no tenían y unas charamizas hacían el papel. Una vez, luego de cobrado el aguinaldito, compraron uno. Muy ufanos lo guardaron debajo del asiento del conductor. A los días se vieron en la necesidad de utilizarlo. No conseguían el problema y la noche se acercaba; pero luego el carro prendió. Muy alegre iban llegando a Duaca cuando mi papa le pregunta a mama, Enoe, que así se llamaba, tú recogiste el triángulo, Ay no, Antonio, lo dejamos. Sin tener que esperar diciembre, se compraron otro. Ahora fue una llanta; lo malo era la lluvia y que el gato no era muy bueno; pero antes de que se les durmieran las rodillas, cambiaron el caucho; no tuvieron que llegar a Duaca para descubrir que ese otro triángulo también se había perdido. Mi padre, muy inteligente él, se compró otro, pero le puso un guaral de 20 metros de largo y el otro extremo lo ató a una de las patas de los asientos anteriores. Claro, también olvidaban recogerlo; pero al menos hacía ruido, y no se les perdió ninguno otro.