Tal Cual - 9/8/2001
La vida del loco Pedro era caminar por las vías aledañas e internas de Duaca con una marusa por equipaje; en ella había un cepillo de dientes, crema dental, papel periódico y jabón azul. Le decían loco porque para él casi nunca existía el mañana, sólo el hoy. No era exigente: que la quebrada, su baño particular, siempre llevara agua y que el bosque siguiera siendo su hogar. Cuando no deambulaba por ahí, se bañaba, dormía o simplemente pintaba héroes de la independencia en los bares de la zona; cada botiquín daba la bienvenida a sus clientes con un patriota montado en su caballo, ambos de agudo perfil. El loco Pedro tenía dos maneras de proveerse la comida, una era en las cantinas adornadas con su arte, donde siempre lo recibían con un plato de caraotas y arepa de maíz. El otro método que se ideó para hacerse de un condumio fueron los velorios. En un pueblo apegado a las tradiciones, los finados eran velados en sus casas. Pedro se hizo famoso por acompañar a los muertos toda la noche, cosa que agradecían los familiares brindándole una cena. El tomaba su costumbre muy en serio, de hecho se acomodaba para la ocasión: se abotonaba la camisa desde el primer botón. Cuando lo veían en la plaza, derechito, como edecán de Bolívar, con el cuello en alto, ya todos sabían que alguien había fallecido. Una vez el autor le preguntó sobre los últimos velorios. Con solemnidad, Pedro contestó: "Bastante bien, anoche estuve en uno. Estuvo chipén, chipén" y al decirlo se tamboreaba la barriga, "caldo de gallina, pan de trigo y cocuy". Mostraba una cara de satisfacción, había cumplido su deber, y había cenado bien. Continuó hablando, "Pero déjeme decirle que el velorio que viene será mucho mejor...", intrigado lo interrumpí, "¿Cómo sabe que será mejor?". Me contestó, "Na guará, la muerta de anoche era tía de un amigo mío, ahora la mamá está grave. Por lo menos, hervido de res y ron".
Marcial Fonseca