El Nacional - 2/6/2000
En el artículo "Los agujeros negros: ¿una metáfora de la condición humana?" de Rafael Arráiz Lucca, del pasado 26 de mayo, el autor admirablemente amalgama la física con la poesía, y si hilamos fino con la realidad venezolana; pero está ausente, o muy sutilmente inmerso en el texto, la razón por la cual se llaman agujeros negros: la luz que pudiera existir en ellos queda atrapada en el interior porque ella es igualmente atraída (esto es, la luz también tiene masa como cualquier otro cuerpo). De hecho, la existencia de los huecos negros se evidencia por las distorsiones que producen en su entorno, y no porque hayan sido vistos, que no se puede.
Marcial Fonseca
viernes, 2 de junio de 2000
lunes, 29 de mayo de 2000
Paseo sobre la Carlota
El Nacional - 29/3/2000
La multitud enardecida que perseguía a Juan José se le acercaba peligrosamente cuando dobló por el callejón y vio la casa de su compadre Pedro Pablo. -Compadre, ¿qué le pasa? -dijo Pedro Pablo- ¿qué es esa gritería, por qué viene a pie, dónde dejó su carro? -Déjeme explicarle. -Pase, siéntese en el banco. No, no, pasemos a la casa -sugirió asustado. Ambos se meten rápidamente a la vivienda. La muchedumbre desacelera el paso, extrañada porque no ve al perseguido; la gritería se diluyó en "qué se hizo", "dónde está", "debe de ser un espanto", y todos, ya calmados, miraban al cielo, para ver por dónde se había ido. -¿Por qué huía? -quiso saber Pedro Pablo. -No va a creerme, tenía la idea de que podía volar, al natural; de hecho en mis sueños volaba y descubrí el truquito. -¿No me diga que voló? -lo interrumpió. -Pues sí; pero ha sido una odisea, esa gente que oyó venía tras de mí. -Empiece desde el principio, compadre. -Estaba en el trabajo, subí a la azotea del edificio, me preguntaba lo hago o no lo hago, me decidí, me lancé al vacío, con los brazos y piernas extendidos, y me fui en caída libre, como una piedra; no lograba dominar mi cuerpo, vi a la muerte; batía y batía los brazos pero no lograba enderezarme. -Se dice estabilizarse. -Está bien, no lograba estabilizarme, me viene a la mente los sueños, y recuerdo que las piernas tenían que estar paralelas, lo hago y la velocidad de descenso disminuye; también que debía moverlas como batiéndolas hacia mi cuerpo; y no lo va a creer, compadre. -Se estabilizó. -Sí, poco a poco controlo la situación, bajo o subo a voluntad. -¿Y la gente? -Al principio, me vieron con lástima porque creían que me suicidaba, luego con pavor; bueno, continuando, sigo a lo largo de la avenida Sucre, llego a la autopista y me encamino, mejor dicho vuelo hacia el litoral; todo era muy agradable, me sentía livianito... -¿Hasta dónde llegó? -Hasta La Guaira. Me regreso en la Compañía Guipuzcoana, la subida fue muy difícil, muy ardua: la gravedad es muy pesada; los brazos empezaron a dormirse, las piernas no me daban, me faltaba el aire; por fin llego a Catia y para descansar me arrimo a la falda del Avila, me dejo llevar, planeo; siento el frío de la montaña. En Petare, decido visitarlo; al enfilarme hacia acá veo, imponente, la pista de aterrizaje de La Carlota... -¿Tenía pensado descender ahí? -lo interrumpió. -No, ya le dije que había decidido visitarlo. -Entonces, ¿por qué mete La Carlota en esto? -No es que la esté metiendo, es que al ver la pista, no aguanté y la sobrevolé toda como a unos diez metros de altura, antes de dirigirme a su casa. -¡Compadre Juan José, estamos hablando en serio, dígame, ¿tenía permiso para sobrevolar La Carlota? -¡Claro que no! -Entonces, compadre, sin la correspondiente autorización, le hubieran disparado y a esa altura no pelan, así que no me mienta, tiene que haber venido directamente para acá, yo oí la gente que lo perseguía, mejor termine el relato; pero sin inventar.
Marcial Fonseca
La multitud enardecida que perseguía a Juan José se le acercaba peligrosamente cuando dobló por el callejón y vio la casa de su compadre Pedro Pablo. -Compadre, ¿qué le pasa? -dijo Pedro Pablo- ¿qué es esa gritería, por qué viene a pie, dónde dejó su carro? -Déjeme explicarle. -Pase, siéntese en el banco. No, no, pasemos a la casa -sugirió asustado. Ambos se meten rápidamente a la vivienda. La muchedumbre desacelera el paso, extrañada porque no ve al perseguido; la gritería se diluyó en "qué se hizo", "dónde está", "debe de ser un espanto", y todos, ya calmados, miraban al cielo, para ver por dónde se había ido. -¿Por qué huía? -quiso saber Pedro Pablo. -No va a creerme, tenía la idea de que podía volar, al natural; de hecho en mis sueños volaba y descubrí el truquito. -¿No me diga que voló? -lo interrumpió. -Pues sí; pero ha sido una odisea, esa gente que oyó venía tras de mí. -Empiece desde el principio, compadre. -Estaba en el trabajo, subí a la azotea del edificio, me preguntaba lo hago o no lo hago, me decidí, me lancé al vacío, con los brazos y piernas extendidos, y me fui en caída libre, como una piedra; no lograba dominar mi cuerpo, vi a la muerte; batía y batía los brazos pero no lograba enderezarme. -Se dice estabilizarse. -Está bien, no lograba estabilizarme, me viene a la mente los sueños, y recuerdo que las piernas tenían que estar paralelas, lo hago y la velocidad de descenso disminuye; también que debía moverlas como batiéndolas hacia mi cuerpo; y no lo va a creer, compadre. -Se estabilizó. -Sí, poco a poco controlo la situación, bajo o subo a voluntad. -¿Y la gente? -Al principio, me vieron con lástima porque creían que me suicidaba, luego con pavor; bueno, continuando, sigo a lo largo de la avenida Sucre, llego a la autopista y me encamino, mejor dicho vuelo hacia el litoral; todo era muy agradable, me sentía livianito... -¿Hasta dónde llegó? -Hasta La Guaira. Me regreso en la Compañía Guipuzcoana, la subida fue muy difícil, muy ardua: la gravedad es muy pesada; los brazos empezaron a dormirse, las piernas no me daban, me faltaba el aire; por fin llego a Catia y para descansar me arrimo a la falda del Avila, me dejo llevar, planeo; siento el frío de la montaña. En Petare, decido visitarlo; al enfilarme hacia acá veo, imponente, la pista de aterrizaje de La Carlota... -¿Tenía pensado descender ahí? -lo interrumpió. -No, ya le dije que había decidido visitarlo. -Entonces, ¿por qué mete La Carlota en esto? -No es que la esté metiendo, es que al ver la pista, no aguanté y la sobrevolé toda como a unos diez metros de altura, antes de dirigirme a su casa. -¡Compadre Juan José, estamos hablando en serio, dígame, ¿tenía permiso para sobrevolar La Carlota? -¡Claro que no! -Entonces, compadre, sin la correspondiente autorización, le hubieran disparado y a esa altura no pelan, así que no me mienta, tiene que haber venido directamente para acá, yo oí la gente que lo perseguía, mejor termine el relato; pero sin inventar.
Marcial Fonseca
martes, 8 de febrero de 2000
El diablo de Barinas
El Nacional - 8/2/2000
Érase una vez un hombre, en la Barinas de 1901, de ingeniosas ideas y gran entusiasmo, que tenía un pacto con el diablo, y de ahí su gran prosperidad. Su creatividad era permanente. Puso un restaurante, y contrató dos muchachos para reparto a domicilio de comida. Otra innovación fue suministrarles a ciertos clientes unas cartulinas que podían utilizar para compras a créditos. Su uso fue aceptado en otros locales: había inventado el dinero plástico; bueno, para aquel entonces, de cartulina.
Su labor no sólo era enriquecerse, que lo hacía muy bien, sino que parte de sus ganancias las invertía en obras públicas. Al enterarse de que en Barinas instalarían una planta eléctrica, él se movió hasta que le trajeron una para su pueblo, Barrancas. Con ella alumbró la plaza, la iglesia, el concejo municipal, la casa del presidente de éste y la suya propia. Dotó a la población de diez pilas de agua; acondicionó un terreno para campo de béisbol. Las primeras noticias de un circo que actuaría en Caracas coincidieron con la aparición de la enfermedad. Adelgazamiento acelerado, micción continua, sed, resequedad en la boca, hormigueo en el cuerpo. El demonio, decía la gente, buscaba su trofeo. Sin embargo, siguió mostrando su esplendidez. Penosamente hizo un viaje a Caracas para contratar el circo como regalo de despedida final. Con gran entereza preparó su partida, compró la urna, el testamento fue actualizado, y dispuso que por su muerte no se suspendiera la primera función del circo, en caso de que coincidiesen. Murió, de cuarenta y cinco kilos, un día antes de la primera actuación del circo. Este había ya causado mucho revuelo en el campo de béisbol por la vistosa y nunca vista carpa y por la febril actividad para suministrarle electricidad. Por respeto, lo enterrarían al día siguiente de la inauguración. En el velorio, muchos se preguntaban si sería verdad lo del trato con Satanás.
Los rezos fluían normalmente, de repente apareció un perro, negro profundo él, ojos brillantes, imponente, que lejos de gañir, gruñía. Se postró frente al féretro. Tímidos sshh no lo alejaron. El sacerdote quiso hacerse el valiente, pero los dientes lo disuadieron y se dedicó a rezar un rosario que suspendió en la tercera letanía porque se fue la luz. Gritos, pasos, velas cayendo, golpe y arrastrar sordos. El apagón, que había sido general, fue corregido suprimiendo el servicio de la plaza. Vuelta la luz, no había animal y la urna estaba vacía en el suelo. Todos se fueron a la iglesia para purificarse por haber visto a Lucifer en persona, o en perro. Mientras tanto, en el campo de juego, el público, ignorante de lo que había pasado en el mortuorio, esperaba a que abrieran la puerta y fueron sorprendidos por un empleado que colocó el aviso Por razones ajenas a nuestra voluntad, se pospone la función para dentro de dos días. Nadie entendía por qué se contrariaba la última voluntad del difunto. Dentro del circo, el dueño no sabía qué carajo hacer con ese flaco muerto que Tamacún, que así se llamaba su dóberman, había traído arrastrando por una pierna.
Marcial Fonseca
Érase una vez un hombre, en la Barinas de 1901, de ingeniosas ideas y gran entusiasmo, que tenía un pacto con el diablo, y de ahí su gran prosperidad. Su creatividad era permanente. Puso un restaurante, y contrató dos muchachos para reparto a domicilio de comida. Otra innovación fue suministrarles a ciertos clientes unas cartulinas que podían utilizar para compras a créditos. Su uso fue aceptado en otros locales: había inventado el dinero plástico; bueno, para aquel entonces, de cartulina.
Su labor no sólo era enriquecerse, que lo hacía muy bien, sino que parte de sus ganancias las invertía en obras públicas. Al enterarse de que en Barinas instalarían una planta eléctrica, él se movió hasta que le trajeron una para su pueblo, Barrancas. Con ella alumbró la plaza, la iglesia, el concejo municipal, la casa del presidente de éste y la suya propia. Dotó a la población de diez pilas de agua; acondicionó un terreno para campo de béisbol. Las primeras noticias de un circo que actuaría en Caracas coincidieron con la aparición de la enfermedad. Adelgazamiento acelerado, micción continua, sed, resequedad en la boca, hormigueo en el cuerpo. El demonio, decía la gente, buscaba su trofeo. Sin embargo, siguió mostrando su esplendidez. Penosamente hizo un viaje a Caracas para contratar el circo como regalo de despedida final. Con gran entereza preparó su partida, compró la urna, el testamento fue actualizado, y dispuso que por su muerte no se suspendiera la primera función del circo, en caso de que coincidiesen. Murió, de cuarenta y cinco kilos, un día antes de la primera actuación del circo. Este había ya causado mucho revuelo en el campo de béisbol por la vistosa y nunca vista carpa y por la febril actividad para suministrarle electricidad. Por respeto, lo enterrarían al día siguiente de la inauguración. En el velorio, muchos se preguntaban si sería verdad lo del trato con Satanás.
Los rezos fluían normalmente, de repente apareció un perro, negro profundo él, ojos brillantes, imponente, que lejos de gañir, gruñía. Se postró frente al féretro. Tímidos sshh no lo alejaron. El sacerdote quiso hacerse el valiente, pero los dientes lo disuadieron y se dedicó a rezar un rosario que suspendió en la tercera letanía porque se fue la luz. Gritos, pasos, velas cayendo, golpe y arrastrar sordos. El apagón, que había sido general, fue corregido suprimiendo el servicio de la plaza. Vuelta la luz, no había animal y la urna estaba vacía en el suelo. Todos se fueron a la iglesia para purificarse por haber visto a Lucifer en persona, o en perro. Mientras tanto, en el campo de juego, el público, ignorante de lo que había pasado en el mortuorio, esperaba a que abrieran la puerta y fueron sorprendidos por un empleado que colocó el aviso Por razones ajenas a nuestra voluntad, se pospone la función para dentro de dos días. Nadie entendía por qué se contrariaba la última voluntad del difunto. Dentro del circo, el dueño no sabía qué carajo hacer con ese flaco muerto que Tamacún, que así se llamaba su dóberman, había traído arrastrando por una pierna.
Marcial Fonseca
lunes, 17 de enero de 2000
La pena de muerte
El Nacional - 17/1/2000
No justifiques tu irracionalidad de ayer, con tu racionalidad de hoy Anónimo Cada vez que se aplica la pena capital en un país (no hablemos de introducirla donde no existe porque se forma una alharaca), surge la manida pregunta ¿es lícito que la sociedad, mediante su brazo ejecutor, el gobierno, le quite la vida a alguien que se la ha quitado a otro premeditadamente? Realmente la pregunta debería ser ¿por qué no? Estamos hablando de que la sentencia es contra alguien que ha cometido alevosamente un crimen, que no hay dudas razonables de su culpabilidad, que no hubo influencias de drogas, que no es un impedido mental; también que, y quizás sea la razón más poderosa, se estaba consciente de que ese era el castigo.
La sociedad como un todo está enterada, debería estarlo, de que hay crímenes que acarrean la muerte; por lo tanto no debería haber tantos melindres a la hora de la ejecución, salvo por supuesto, el de los familiares directos del ejecutado, y los plañideros tercermundistas que lo acompañarán. En algunas regiones musulmanas, el amputar la mano como castigo por robar, no es visto como desmesurado ya que antes de robar, el delincuente sabía qué le podía pasar. A veces nos preguntamos qué tiene de malo si a quien se traga la luz roja, se le cortara un dedo, por ejemplo, como castigo. Saldrán escarceos filosóficos y éticos sobre la desproporción del castigo y de la falta; que podría ser verdad en caso de una persona ingenua que no perciba el acto como incorrecto. Se supone que todo el mundo sabría que comerse la luz roja es un dedo menos. Las críticas de los principales detractores se pasean desde que es un espectáculo para las masas hasta puntos aceptables. Quienes montan el show son los que se oponen; y entre los actos preferidos es presentar el asesino, obviando todas las circunstancias que rodearon al crimen, arrepentido, con cara de yo-no-fui y posiblemente diciendo que si el Señor lo ha perdonado, por qué no la sociedad.
El premio Nobel Camilo José Cela dice que matar el perro no mata la rabia; pero no matar el perro nos crea dos problemas: curar la rabia y tener que, al mismo tiempo, lidiar con un animal rabioso vivo; al can deberíamos hacerle simplemente la autopsia y buscar en la sociedad qué hizo que el perro se convirtiera en una fiera asesina. La pena de muerte es para simplemente eliminar al que haya matado. La sociedad debe ocuparse de por qué alguien asesina; no de cuidar, además, al asesino, salvo que lo quiera mantener como conejillo de indias; y posiblemente esto sea moralmente incorrecto. Argumentos sólidos son el albur de un error, porque no hay marcha atrás; en esto la justicia debería actuar en los casos con testigos oculares del hecho, sin pruebas circunstanciales y sin atisbos de duda. Otro argumento, que la pena capital no ha bajado la criminalidad en ninguno de los países donde se aplica, recuerda al padre que llora la muerte de su hijo, y alguien le dice ¡no llore que no va a resucitarlo!; lloro, contesta, porque me duele, no para revivirlo.
Marcial Fonseca
No justifiques tu irracionalidad de ayer, con tu racionalidad de hoy Anónimo Cada vez que se aplica la pena capital en un país (no hablemos de introducirla donde no existe porque se forma una alharaca), surge la manida pregunta ¿es lícito que la sociedad, mediante su brazo ejecutor, el gobierno, le quite la vida a alguien que se la ha quitado a otro premeditadamente? Realmente la pregunta debería ser ¿por qué no? Estamos hablando de que la sentencia es contra alguien que ha cometido alevosamente un crimen, que no hay dudas razonables de su culpabilidad, que no hubo influencias de drogas, que no es un impedido mental; también que, y quizás sea la razón más poderosa, se estaba consciente de que ese era el castigo.
La sociedad como un todo está enterada, debería estarlo, de que hay crímenes que acarrean la muerte; por lo tanto no debería haber tantos melindres a la hora de la ejecución, salvo por supuesto, el de los familiares directos del ejecutado, y los plañideros tercermundistas que lo acompañarán. En algunas regiones musulmanas, el amputar la mano como castigo por robar, no es visto como desmesurado ya que antes de robar, el delincuente sabía qué le podía pasar. A veces nos preguntamos qué tiene de malo si a quien se traga la luz roja, se le cortara un dedo, por ejemplo, como castigo. Saldrán escarceos filosóficos y éticos sobre la desproporción del castigo y de la falta; que podría ser verdad en caso de una persona ingenua que no perciba el acto como incorrecto. Se supone que todo el mundo sabría que comerse la luz roja es un dedo menos. Las críticas de los principales detractores se pasean desde que es un espectáculo para las masas hasta puntos aceptables. Quienes montan el show son los que se oponen; y entre los actos preferidos es presentar el asesino, obviando todas las circunstancias que rodearon al crimen, arrepentido, con cara de yo-no-fui y posiblemente diciendo que si el Señor lo ha perdonado, por qué no la sociedad.
El premio Nobel Camilo José Cela dice que matar el perro no mata la rabia; pero no matar el perro nos crea dos problemas: curar la rabia y tener que, al mismo tiempo, lidiar con un animal rabioso vivo; al can deberíamos hacerle simplemente la autopsia y buscar en la sociedad qué hizo que el perro se convirtiera en una fiera asesina. La pena de muerte es para simplemente eliminar al que haya matado. La sociedad debe ocuparse de por qué alguien asesina; no de cuidar, además, al asesino, salvo que lo quiera mantener como conejillo de indias; y posiblemente esto sea moralmente incorrecto. Argumentos sólidos son el albur de un error, porque no hay marcha atrás; en esto la justicia debería actuar en los casos con testigos oculares del hecho, sin pruebas circunstanciales y sin atisbos de duda. Otro argumento, que la pena capital no ha bajado la criminalidad en ninguno de los países donde se aplica, recuerda al padre que llora la muerte de su hijo, y alguien le dice ¡no llore que no va a resucitarlo!; lloro, contesta, porque me duele, no para revivirlo.
Marcial Fonseca
martes, 23 de noviembre de 1999
La fantasma de Tasajeras
El Nacional - 23/11/1999
"... la muerte no le para a las burlas. Bien sabe ella que cada cosa tiene su tiempo" José Saramago Yendo de Lagunillas a Ciudad Ojeda, a la altura de Tasajeras, aparece una mujer vestida de blanco, casi siempre sola, aunque a veces la acompaña un perro de ojos fucsia y de rabo bifilar; otras, un gallo de cresta anaranjada; en estos casos, se limitará a caminar imponentemente por el hombrillo. No hay, empero, que confundirla con La Caminadora, que vestida de negro, camina despacio para ser alcanzada por los hombres (por esos lares, las mujeres no salen de noche, como debe ser). Su broma se limitará a sonreír y mostrar unos colmillos sangrientos; al desmayarse la víctima, ella desaparecerá.
Pero regresemos a nuestra señora. Cuando se materializa, que no es todas las noches, se le ven los pies, flota; aún así el brillante y largo vestido no roza el pavimento. Unas veces le da por producir un frío infernal, de tal magnitud que los lugareños dicen que llegaron los hielitos de diciembre; otras, se dedica a arrebolar la mano a conductores solitarios, hombres, no mujeres, porque es un alma en pena de una dama que a principio de siglo murió el día anterior de su matrimonio. Si logra ser visteada, se montará en el asiento delantero; en caso contrario, se ubicará en el posterior para que la vean por el espejo retrovisor; abandonará el carro bien si no es divisada, bien cuando el chofer se prive, que no es cuestión de morir dos veces.
En la Luna llena, tiene la facultad de desdoblarse, por lo que puede montarse en más de dos autos, pero no más de nueve al mismo tiempo. Se sabe de una vez que se subió a siete vehículos simultáneamente; ese día se reportaron cinco muertes en un choque múltiple. Si alguien pregunta por el accidente, la respuesta es la señal de la cruz. Los choferes, para ganarle la partida, o se hacen acompañar de alguien, que no es fácil porque el miedo es libre u obstruyen el espejo con el antebrazo y la mano la usan como gríngola; ésto si se ven obligados a pasar por ahí a la hora de las apariciones; que normalmente es cerca de la medianoche, exactamente a trece minutos para las doce; si a la una de la madrugada no ha pasado nadie, ella se esfumará para otro día, que la paciencia también tiene su tiempo. Una vez un conductor, irreverente él, iba poco a poco, y no sólo no evitó verla sino que cuando la vio, se orilló y frenó tan cerca que casi la atropella. Rápidamente se bajó y se dirigió al espíritu, fue tal la sorpresa de éste, que sus ojos empezaron a lanzar feroces y cegadores haces de luz; él, con garbo, se limitó a ponerse unos lentes oscuros y continuó hacia el espanto. "mire", le dijo, "yo quería que se me apareciese; una pregunta: Allá, del otro lado, ¿cómo es la vaina: castigan a uno, lo queman o qué?, usted sabe, es para ver si me compongo o sigo gozando la vida". Por supuesto, ésto fue mucha falta de respeto para con una fantasma, y se desvaneció ofendida.
Marcial Fonseca
"... la muerte no le para a las burlas. Bien sabe ella que cada cosa tiene su tiempo" José Saramago Yendo de Lagunillas a Ciudad Ojeda, a la altura de Tasajeras, aparece una mujer vestida de blanco, casi siempre sola, aunque a veces la acompaña un perro de ojos fucsia y de rabo bifilar; otras, un gallo de cresta anaranjada; en estos casos, se limitará a caminar imponentemente por el hombrillo. No hay, empero, que confundirla con La Caminadora, que vestida de negro, camina despacio para ser alcanzada por los hombres (por esos lares, las mujeres no salen de noche, como debe ser). Su broma se limitará a sonreír y mostrar unos colmillos sangrientos; al desmayarse la víctima, ella desaparecerá.
Pero regresemos a nuestra señora. Cuando se materializa, que no es todas las noches, se le ven los pies, flota; aún así el brillante y largo vestido no roza el pavimento. Unas veces le da por producir un frío infernal, de tal magnitud que los lugareños dicen que llegaron los hielitos de diciembre; otras, se dedica a arrebolar la mano a conductores solitarios, hombres, no mujeres, porque es un alma en pena de una dama que a principio de siglo murió el día anterior de su matrimonio. Si logra ser visteada, se montará en el asiento delantero; en caso contrario, se ubicará en el posterior para que la vean por el espejo retrovisor; abandonará el carro bien si no es divisada, bien cuando el chofer se prive, que no es cuestión de morir dos veces.
En la Luna llena, tiene la facultad de desdoblarse, por lo que puede montarse en más de dos autos, pero no más de nueve al mismo tiempo. Se sabe de una vez que se subió a siete vehículos simultáneamente; ese día se reportaron cinco muertes en un choque múltiple. Si alguien pregunta por el accidente, la respuesta es la señal de la cruz. Los choferes, para ganarle la partida, o se hacen acompañar de alguien, que no es fácil porque el miedo es libre u obstruyen el espejo con el antebrazo y la mano la usan como gríngola; ésto si se ven obligados a pasar por ahí a la hora de las apariciones; que normalmente es cerca de la medianoche, exactamente a trece minutos para las doce; si a la una de la madrugada no ha pasado nadie, ella se esfumará para otro día, que la paciencia también tiene su tiempo. Una vez un conductor, irreverente él, iba poco a poco, y no sólo no evitó verla sino que cuando la vio, se orilló y frenó tan cerca que casi la atropella. Rápidamente se bajó y se dirigió al espíritu, fue tal la sorpresa de éste, que sus ojos empezaron a lanzar feroces y cegadores haces de luz; él, con garbo, se limitó a ponerse unos lentes oscuros y continuó hacia el espanto. "mire", le dijo, "yo quería que se me apareciese; una pregunta: Allá, del otro lado, ¿cómo es la vaina: castigan a uno, lo queman o qué?, usted sabe, es para ver si me compongo o sigo gozando la vida". Por supuesto, ésto fue mucha falta de respeto para con una fantasma, y se desvaneció ofendida.
Marcial Fonseca
viernes, 27 de agosto de 1999
Erotismo bíblico
El Nacional - 27/8/1999
Los que se creen dueños de la verdad bíblica, hacen malabarismos intelectuales para que ciertos pasajes de la Biblia, que se caracterizan por su claridad, por lo directo, por lo llano de su lenguaje se adapten a su forma de pensar. Por el prurito de que la inspiración es divina, no reconocen que su redacción está matizada por pasiones y costumbres humanas. Por ello, asombran los escarceos mentales a los que recurren para explicar el erotismo presente en el libro "Cantar de los Cantares" (Cnt). Es este un hermoso poema a la unión entre un hombre y una mujer; pero los judíos, católicos y protestantes lo interpretan de diferentes absurdas maneras. Nunca lo ven como lo que es, dos personas de sexo opuesto disfrutando de sus cuerpos, sino que todos coinciden en describirlo como el amor entre dos entidades, que muchas veces, una de ellas, si no ambas, es una entelequia.
El libro narra, con gran lirismo y pasión, y posiblemente para ser cantado, una relación más carnal que espiritual. En efecto, dice el amado a su amada, Cnt 7.2: "Tu ombligo como una taza redonda/ Que no le falta bebida./ Tu vientre como una montaña de trigo/Cercado de lirios". Se describe la parte pudenda usando imágenes bucólicas; su sexo es una pila de trigo, quizás por el color, y el vello púbico, un sembradío de lirios. De que es amor venéreo, lo vemos cuando ella le dice, Cnt 6.3: "Yo soy de mi amado, y mi amado es mío;/ él apacienta entre los lirios". Con una ubicación tan agradable, el cuerpo de ella responde, Cnt 1.12: "Mientras el rey estaba en su reclinatorio,/ mi nardo dio su olor". Una flor es el sexo, y sus emanaciones, los efluvios de hembra por la cercanía del amado. Prueba de amor completo es que él le promete, Cnt 4.6: "Hasta que apunte el sol y huyan las sombras,/ me iré al monte de la mirra,/ y al collado del incienso". En el primer verso, le indica que estará toda la noche; en los otros dos, el sexo nos trae imágenes del campo que indican turgencia: montañas, colinas, y los olores hembrunos, son agradables esencias. Seguramente nuestro principal erotólogo diría que ésta es una bella forma de describir un cunnilingus. Ella está muy clara de su deber, de satisfacerlo también. Por ello le pide, Cnt. 8.14: "Apresúrate, amado mío,/ y sé semejante al corzo, o al cervatillo/ sobre las montañas de los aromas". El amado se comportará como corzo o cervatillo, animales estos muy briosos, sobre su oloroso montículo.
La Biblia se empequeñece si cualquiera de sus libros se ve afectado por las verdades de las religiones; y se hace más grande y universal si el cristal de los lentes no estuviera empañado con la mojigatería que hace que se vea como pecado el Cantar de los Cantares. Aunque hablando de tirar la primera piedra, el comportamiento ante el pecado es diferente, dependiendo de la creencia; así tenemos que a los protestantes, su interpretación bíblica no les impide pecar, solamente les impide disfrutar del pecado. Salvador de Madariaga dixit.
Marcial Fonseca
Los que se creen dueños de la verdad bíblica, hacen malabarismos intelectuales para que ciertos pasajes de la Biblia, que se caracterizan por su claridad, por lo directo, por lo llano de su lenguaje se adapten a su forma de pensar. Por el prurito de que la inspiración es divina, no reconocen que su redacción está matizada por pasiones y costumbres humanas. Por ello, asombran los escarceos mentales a los que recurren para explicar el erotismo presente en el libro "Cantar de los Cantares" (Cnt). Es este un hermoso poema a la unión entre un hombre y una mujer; pero los judíos, católicos y protestantes lo interpretan de diferentes absurdas maneras. Nunca lo ven como lo que es, dos personas de sexo opuesto disfrutando de sus cuerpos, sino que todos coinciden en describirlo como el amor entre dos entidades, que muchas veces, una de ellas, si no ambas, es una entelequia.
El libro narra, con gran lirismo y pasión, y posiblemente para ser cantado, una relación más carnal que espiritual. En efecto, dice el amado a su amada, Cnt 7.2: "Tu ombligo como una taza redonda/ Que no le falta bebida./ Tu vientre como una montaña de trigo/Cercado de lirios". Se describe la parte pudenda usando imágenes bucólicas; su sexo es una pila de trigo, quizás por el color, y el vello púbico, un sembradío de lirios. De que es amor venéreo, lo vemos cuando ella le dice, Cnt 6.3: "Yo soy de mi amado, y mi amado es mío;/ él apacienta entre los lirios". Con una ubicación tan agradable, el cuerpo de ella responde, Cnt 1.12: "Mientras el rey estaba en su reclinatorio,/ mi nardo dio su olor". Una flor es el sexo, y sus emanaciones, los efluvios de hembra por la cercanía del amado. Prueba de amor completo es que él le promete, Cnt 4.6: "Hasta que apunte el sol y huyan las sombras,/ me iré al monte de la mirra,/ y al collado del incienso". En el primer verso, le indica que estará toda la noche; en los otros dos, el sexo nos trae imágenes del campo que indican turgencia: montañas, colinas, y los olores hembrunos, son agradables esencias. Seguramente nuestro principal erotólogo diría que ésta es una bella forma de describir un cunnilingus. Ella está muy clara de su deber, de satisfacerlo también. Por ello le pide, Cnt. 8.14: "Apresúrate, amado mío,/ y sé semejante al corzo, o al cervatillo/ sobre las montañas de los aromas". El amado se comportará como corzo o cervatillo, animales estos muy briosos, sobre su oloroso montículo.
La Biblia se empequeñece si cualquiera de sus libros se ve afectado por las verdades de las religiones; y se hace más grande y universal si el cristal de los lentes no estuviera empañado con la mojigatería que hace que se vea como pecado el Cantar de los Cantares. Aunque hablando de tirar la primera piedra, el comportamiento ante el pecado es diferente, dependiendo de la creencia; así tenemos que a los protestantes, su interpretación bíblica no les impide pecar, solamente les impide disfrutar del pecado. Salvador de Madariaga dixit.
Marcial Fonseca
lunes, 5 de julio de 1999
La justicia del pueblo
El Nacional - 5/7/1999
Marcial Fonseca
El bullicio familiar rompía el conticinio de la fresca madrugada en una velada que había empezado al filo de la medianoche. Compartían con el padre, los cuentos del mayor, los achaques de la abuela, las travesuras del toñeco y él, lo bien que le había ido en las ventas. "Papapedro", dijo la nieta quinceañera, "¿por qué no nos da los regalos ahora?". "No señor, los repartiré en Nochebuena", le contestó. "Viejo Pedro", intervino la esposa, "está como más delgado". "Sí, en los últimos días las ventas subieron muchísimo, al final fue un solo corre-corre".
Por la cercanía a la vereda, sabían que eran los únicos despiertos en todo el vecindario; aunque a veces unos pasos cansinos revelaban que alguien estaba llegando tarde a su casa. Cuando no hablaban, se oía un silencio interrumpido por una brisa fría. Repentinamente, se oyen los pasos y gritos de una persecución por los techos de las viviendas. Se distinguía la voz de alguien enfurecido y la carrera de otro que buscaba desesperadamente cómo escapar. "¡Párate desgraciado, párate ahí!", gritaba el perseguidor, furioso. El perseguido contestaba acelerando el paso y haciendo maromas de techo en techo. Saltar hacia un solar era peligroso por los perros, además de que quedaría encerrado; así que se guió por la luz de la calle, que sobresalía en la oscuridad del manto de techos, y se dirigió a ella. Finalmente, el acosado se lanza hacia la caminería donde estaban los contertulios. "Esa voz es la del compadre", había dicho el jefe de familia. "Vamos a ayudarlo. ¡Rápido muchachos, agarren lo que puedan y atrapemos al ladrón!". A éste no le dan tiempo de que arranque a correr de nuevo y se le van encima; entre todos le dan una paliza que lo deja medio muerto. "¿Qué le robó?", pregunta el viejo Pedro mientras el afectado inmovilizaba al victimario, en el suelo, colocándole el pie en el cuello. "Nada", contesta el compadre. "Lo encontré en la cama con mi esposa".
Marcial Fonseca
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