El Mundo / Sábado / Caracas , 15 de Marzo de 2008
Si usted, amigo lector, es de los que creen que Jesucristo resucitó de entre los muertos, que Mahoma subió a los cielos en una yegua blanca, o que los movimientos retrógrados de los planetas afectan nuestras vidas, entonces creerá la historia siguiente. En un museo británico fueron descubiertos unos manuscritos del sabio Ibrahim-Ibn-Salem, que son la traslación al inglés de las experiencias de unos místicos monjes tibetanos, y que hablan de los amplios conocimientos que poseyeron sobre el ser humano y que les permitió sumergirse en los momentos previos a la muerte, y más allá. El autor basa su texto en estos manuscritos. Gracias al dominio sobre su cuerpo, los monjes lograron desdoblarse en cuerpo y alma (esta es la mejor palabra que consiguió el autor para describir la habilidad de ellos de liberar momentáneamente su parte racional de sus carnes). Al principio el acto lo hacían individualmente; luego que alcanzaron el desdoblamiento a plenitud, decidieron hacerlo en conjunto para comunicarse entre ellos y ver cómo podrían utilizar esa habilidad y qué provecho podría tener. Los primeros contactos fueron de una gran paz espiritual, se comunicaban poco; sentían que la beatitud consistía en quedarse en silencio, y silencio significaba que no había intercambios de pensamientos, que eran las palabras en ese estado, solamente contemplación; también sentían una gran soledad, no aparecían otras estelas (así llamaban a lo que abandonaba el cuerpo durante el fenómeno); y por eso veían un mundo sin almas, salvo las de ellos. Uno de los monjes superiores (Cramlai Lama, de 84 años) sugirió desdoblarse en presencia de personas moribundas, se dedicaron a visitar hogares que tenían un ser querido en tal condición. La experiencia fue impactante, aquellos que estaban a instantes de expirar (por ahora hablemos de la muerte del cuerpo) se desdoblaban y sus estelas mostraban más preocupación por cosas físicas sencillas que por cosas elevadas; una quería que le dieran agua, o que simplemente le humedecieran los labios, como el cuerpo no podía hablar, movía sus ojos; hubo uno que quería que le cubrieran los pies, sentía mucho frío; otra pedía que corrieran las cortinas de la ventana, estaba necesitando aire. A aquellas que físicamente no les faltaba nada, salvo la vida que se les estaba yendo, dedicaban sus últimos pensamientos a sus seres queridos, principalmente a los de menor edad. Mientras las estelas de los moribundos se expresaban con pena, de sus labios salían simples balbuceos raras veces entendidos por los presentes. Los monjes narraban lo anterior con una gran tristeza. Lo cierto es, decían con dolor, que cuando las casi siempre angustiadas estelas se desvanecían, al volver los monjes a la realidad, los correspondientes cuerpos estaban muertos. Concluían ellos, en su sabiduría, que cuando morimos realmente desaparecemos, no vamos a ninguna parte; que vivimos mientras los vivos nos recuerdan.
Marcial Fonseca
sábado, 15 de marzo de 2008
martes, 12 de febrero de 2008
Viveza estudiantil
El Mundo / Martes / Caracas , 12 de Febrero de 2008
A Gustavo Véliz, por la idea Las cuatro jóvenes aceptaban que para sobrevivir les bastaba con lo que aprehendían de las peroratas de los profesores; en cuanto cómo aprobar exámenes, en bachillerato desarrollaron verdaderas habilidades. Cuando ingresaron a la universidad, inmediatamente entendieron que había que tener novios para que les hicieran los trabajos que les mandaban para la casa. Sin embargo, no podían olvidar su ingenio porque todavía había profesores con la vieja costumbre de hacer exámenes. Siguieron portándose a la altura de las circunstancias, aunque a veces causaban daños como cuando en una prueba de estadísticas se sentaron detrás del mejor estudiante de la clase. La primera le pidió que la ayudara con las preguntas 3 y 4, las más difíciles; el muchacho le pasó su hoja con las respuestas... El profesor anunció que se había acabado el tiempo y que fueran depositando las pruebas en su escritorio. El joven a sovoz dijo, Pásame mi hoja, ella no contestó, Mira, dame la hoja... Pásamela... No la tengo. La tenía un alumno sentado frente al profesor; así que el mejor del salón sacó la menor nota. Una vez, en una prueba de Desarrollo del Yo, faltando poco para entrar al aula las cuatro estudiantes se debatían en qué hacer. Está claro, decía una, que no podemos presentar examen así sin protección, con apenas 15 alumnos, nos separará y no podremos desplegar nuestras habilidades, Faltan 10 minutos para entrar, Primero que todo, no nos dejemos ver del profesor, No presentemos, eso nos permitirá ver cómo es el examen de hoy, Qué diremos, Estoy pensando... Quedan 30 minutos de examen, dijo alarmada una de ellas, Vénganse conmigo, vayamos a mi carro. Una vez en el estacionamiento les ordenó que pasaran las manos por los cauchos y se ensuciaran. Se presentaron ante el profesor, Cómo está, saludó una de ellas. Están llegando un poco tarde, contestó él, restan 10 minutos de prueba, No lo va a creer, veníamos de Duaca, en el camino se nos espichó un caucho; no conseguíamos llave cruz, pero usamos una llave ele, por fin alguien nos ayudó y aquí estamos; Bueno, ahora creo que no es posible; Por supuesto, profesor, otro día, Está bien, las veo aquí pasado mañana a las 3 de la tarde. Las muchachas consiguieron la prueba presentada. Llegó el día. El profesor las saludó, Bueno, empecemos, cada una de ustedes se sentará mirando una esquina; y son sólo dos preguntas, primera, de 5 puntos, efectos de mentir en nuestro yo; segunda, de 15 puntos, cuál fue el caucho que se les espichó.
Marcial Fonseca
A Gustavo Véliz, por la idea Las cuatro jóvenes aceptaban que para sobrevivir les bastaba con lo que aprehendían de las peroratas de los profesores; en cuanto cómo aprobar exámenes, en bachillerato desarrollaron verdaderas habilidades. Cuando ingresaron a la universidad, inmediatamente entendieron que había que tener novios para que les hicieran los trabajos que les mandaban para la casa. Sin embargo, no podían olvidar su ingenio porque todavía había profesores con la vieja costumbre de hacer exámenes. Siguieron portándose a la altura de las circunstancias, aunque a veces causaban daños como cuando en una prueba de estadísticas se sentaron detrás del mejor estudiante de la clase. La primera le pidió que la ayudara con las preguntas 3 y 4, las más difíciles; el muchacho le pasó su hoja con las respuestas... El profesor anunció que se había acabado el tiempo y que fueran depositando las pruebas en su escritorio. El joven a sovoz dijo, Pásame mi hoja, ella no contestó, Mira, dame la hoja... Pásamela... No la tengo. La tenía un alumno sentado frente al profesor; así que el mejor del salón sacó la menor nota. Una vez, en una prueba de Desarrollo del Yo, faltando poco para entrar al aula las cuatro estudiantes se debatían en qué hacer. Está claro, decía una, que no podemos presentar examen así sin protección, con apenas 15 alumnos, nos separará y no podremos desplegar nuestras habilidades, Faltan 10 minutos para entrar, Primero que todo, no nos dejemos ver del profesor, No presentemos, eso nos permitirá ver cómo es el examen de hoy, Qué diremos, Estoy pensando... Quedan 30 minutos de examen, dijo alarmada una de ellas, Vénganse conmigo, vayamos a mi carro. Una vez en el estacionamiento les ordenó que pasaran las manos por los cauchos y se ensuciaran. Se presentaron ante el profesor, Cómo está, saludó una de ellas. Están llegando un poco tarde, contestó él, restan 10 minutos de prueba, No lo va a creer, veníamos de Duaca, en el camino se nos espichó un caucho; no conseguíamos llave cruz, pero usamos una llave ele, por fin alguien nos ayudó y aquí estamos; Bueno, ahora creo que no es posible; Por supuesto, profesor, otro día, Está bien, las veo aquí pasado mañana a las 3 de la tarde. Las muchachas consiguieron la prueba presentada. Llegó el día. El profesor las saludó, Bueno, empecemos, cada una de ustedes se sentará mirando una esquina; y son sólo dos preguntas, primera, de 5 puntos, efectos de mentir en nuestro yo; segunda, de 15 puntos, cuál fue el caucho que se les espichó.
Marcial Fonseca
sábado, 26 de enero de 2008
Bondades de un edifico
El Mundo / Sábado / Caracas , 26 de Enero de 2008
A C.A.M., por la idea. La esposa no creía mucho en las alabanzas del marido sobre lo práctico que era el edificio adonde se habían mudado seis meses atrás. No veía qué podía tener de inteligente que fuera de pocos pisos, razones sísmicas o económicas nada más; que el arquitecto haya ubicado una toma de agua y una pequeña batea de servicios en el cuartico del bajante de cada piso porque pensó en la conserje no le parecía gran cosa. No veía en qué estaba bien diseñado el estacionamiento. Esas peroratas del día siguiente de una noche de farra, pensaba ella, eran una forma de marearla, de trivializar sus reclamos; pero cumplían su objetivo: no lograba descubrir el intríngulis. Ya le había perdonado el cuentico de la pantaleta que apareció en su maleta luego de un curso de adiestramiento en el exterior. Fue debido a que en el apuro de meter los regalos de la familia, cogió por equivocación una bolsita donde estaba la pieza en cuestión, que era de la esposa de un amigo donde se quedó los dos últimos días del curso. La esposa, que como mujer que se respeta es histórica, de cuando en vez le preguntaba que si no se había cogido otra cosa. También le perdonó una vez que llegó con el alba, él insiste en su versión: partió a las diez de la noche de la reunión, eso sí, bastante alegre, manejando con el piloto automático y cuando llegó al estacionamiento, se quedó dormido en el carro y por ello subió al apartamento como a las seis de la mañana. Ella debería estar contenta que por el buen diseño del edificio, no estuvo expuesto a monóxido de carbono. Un viernes llegó a las tres de la mañana: ella oyó todo desde que salió del ascensor. Por la pea que cargaba se tomó unos quince minutos para llegar a la puerta de su vivienda. No hizo ruido y se fue al baño, ella pensó, se está limpiando el pecado, qué más. El sábado le reclamó, podía hacer lo que quisiera con su cuerpo; pero que no tirara la ropa al suelo, la camisa, por ejemplo, estaba mojada; y como ella limpiaba el piso con cloro, al final iba a terminar blanqueda. La esposa, empero, empezó a atar cabos. Cada vez que se tomaba mucho tiempo entre el ascensor y el apartamento, las camisas amanecían mojadas. Cuando regresaba de sus farras y el retardo no era más de treinta segundos, la camisa aparecía seca y en la cesta, no en el piso. Algo olía mal. Se sucedieron cuatro viernes sin nada sospechoso, no baño, no ropa en la cesta y menos de 15 segundos entre el ascensor y la puerta de su casa. Llegó el quinto; ruido del ascensor, el reloj de mesa indicaba 3.15;… luego 3.17… Nada de ruido de llaves. A las 3.25 decidió averiguar por qué se tardaba tanto; se asomó por la mirilla mágica; y no podía creer lo que estaba viendo; y era el porqué de las alabanzas del edificio, el porqué de la camisa en el piso, el porqué del baño. De la arrechera salió al pasillo tan rápido que el marido apenas tuvo tiempo de erguirse y ella lo encaró en el cuartico del bajante, donde estaba metido. – Mira, desgraciado, después que te quites la mancha en la camisa que te dejó la puta con la que andabas, lávame esta bata también –Ella se quitó la prenda, se la lanzó y regresó al apartamento.
Marcial Fonseca
A C.A.M., por la idea. La esposa no creía mucho en las alabanzas del marido sobre lo práctico que era el edificio adonde se habían mudado seis meses atrás. No veía qué podía tener de inteligente que fuera de pocos pisos, razones sísmicas o económicas nada más; que el arquitecto haya ubicado una toma de agua y una pequeña batea de servicios en el cuartico del bajante de cada piso porque pensó en la conserje no le parecía gran cosa. No veía en qué estaba bien diseñado el estacionamiento. Esas peroratas del día siguiente de una noche de farra, pensaba ella, eran una forma de marearla, de trivializar sus reclamos; pero cumplían su objetivo: no lograba descubrir el intríngulis. Ya le había perdonado el cuentico de la pantaleta que apareció en su maleta luego de un curso de adiestramiento en el exterior. Fue debido a que en el apuro de meter los regalos de la familia, cogió por equivocación una bolsita donde estaba la pieza en cuestión, que era de la esposa de un amigo donde se quedó los dos últimos días del curso. La esposa, que como mujer que se respeta es histórica, de cuando en vez le preguntaba que si no se había cogido otra cosa. También le perdonó una vez que llegó con el alba, él insiste en su versión: partió a las diez de la noche de la reunión, eso sí, bastante alegre, manejando con el piloto automático y cuando llegó al estacionamiento, se quedó dormido en el carro y por ello subió al apartamento como a las seis de la mañana. Ella debería estar contenta que por el buen diseño del edificio, no estuvo expuesto a monóxido de carbono. Un viernes llegó a las tres de la mañana: ella oyó todo desde que salió del ascensor. Por la pea que cargaba se tomó unos quince minutos para llegar a la puerta de su vivienda. No hizo ruido y se fue al baño, ella pensó, se está limpiando el pecado, qué más. El sábado le reclamó, podía hacer lo que quisiera con su cuerpo; pero que no tirara la ropa al suelo, la camisa, por ejemplo, estaba mojada; y como ella limpiaba el piso con cloro, al final iba a terminar blanqueda. La esposa, empero, empezó a atar cabos. Cada vez que se tomaba mucho tiempo entre el ascensor y el apartamento, las camisas amanecían mojadas. Cuando regresaba de sus farras y el retardo no era más de treinta segundos, la camisa aparecía seca y en la cesta, no en el piso. Algo olía mal. Se sucedieron cuatro viernes sin nada sospechoso, no baño, no ropa en la cesta y menos de 15 segundos entre el ascensor y la puerta de su casa. Llegó el quinto; ruido del ascensor, el reloj de mesa indicaba 3.15;… luego 3.17… Nada de ruido de llaves. A las 3.25 decidió averiguar por qué se tardaba tanto; se asomó por la mirilla mágica; y no podía creer lo que estaba viendo; y era el porqué de las alabanzas del edificio, el porqué de la camisa en el piso, el porqué del baño. De la arrechera salió al pasillo tan rápido que el marido apenas tuvo tiempo de erguirse y ella lo encaró en el cuartico del bajante, donde estaba metido. – Mira, desgraciado, después que te quites la mancha en la camisa que te dejó la puta con la que andabas, lávame esta bata también –Ella se quitó la prenda, se la lanzó y regresó al apartamento.
Marcial Fonseca
jueves, 15 de noviembre de 2007
Por qué buscamos amantes
El Mundo / Jueves / Caracas , 15 de Noviembre de 2007
Siempre se ha querido comprender por qué el ser humano, sea él o ella, si se les presenta la oportunidad, buscará mantener una relación furtiva, así esté inmerso en una relación estable, normal; en otras palabras, en su casa hay amor. No vamos a hablar de aquellas parejas que viven juntas por razones crematísticas, que no se separan porque les es oneroso; tampoco de las que comparten un hogar como una costumbre, casi ya como hermanos. Hablaremos de uniones donde el sexo se hace con regularidad, cada cierto tiempo salen a comer o van a un bar nada más a conversar o a una discoteca a bailar; en ellos, la separación sería impensable y aun así estas parejas, tanto él como ella, quisieran tener una aventura, buscar una tercera persona. Pudiéramos preguntarnos si esa búsqueda externa es porque queremos tener a alguien con quien hablar; pero esto puede hacerse con el propio o la propia; y es costumbre que una hora antes de dormir, cuando no es momento de cumplir deberes conyugales, haya una conversación larga y reposada de lo que pasó en el trabajo, en la casa, sobre los niños; en verdad que no se trajinan las emociones por el ansia de romper la rutina; no, por aquí no van los tiros. ¿Queremos que nuestra mujer, él, o nuestro hombre, ella, sean atrevidos?; esto es, que en la cama sean unos sutras. Tampoco es la razón, y de hecho en la práctica, cuando el hombre aprende algo bueno en la calle, lo repetirá como un regalo a su mujer. Si la hembra es la alumna, le pedirá a su marido que practiquen la posición que vio en un programa de TV sobre la vida sexual romana. Así que por aquí no encontramos la causa. El autor no seguirá elucubrando, dará la razón. Es sencilla, buscamos amantes, ellos o ellas, porque queremos besarnos con ganas; queremos que el toque de los labios no sea un simple piquito, sino una tusa, como dicen los jóvenes, o un mamío como dirían los mayores; se quiere que las lenguas jugueteen cual apéndices nerviosos. Parece mentira, pero este hecho tan simple no se da en las parejas ya estables; así se amen. Amiga lectora, amigo lector, si tienen una relación de más de cinco años, mediten, ustedes ya no se besan apasionadamente. Pareciera como natural que en algún momento se haya perdido el sabor de los besos; el intercambio salival nos hace sentirnos asquientos; pero las mezclas de otros tipos de secreciones corporales son perfectamente aceptadas.
Marcial Fonseca
Siempre se ha querido comprender por qué el ser humano, sea él o ella, si se les presenta la oportunidad, buscará mantener una relación furtiva, así esté inmerso en una relación estable, normal; en otras palabras, en su casa hay amor. No vamos a hablar de aquellas parejas que viven juntas por razones crematísticas, que no se separan porque les es oneroso; tampoco de las que comparten un hogar como una costumbre, casi ya como hermanos. Hablaremos de uniones donde el sexo se hace con regularidad, cada cierto tiempo salen a comer o van a un bar nada más a conversar o a una discoteca a bailar; en ellos, la separación sería impensable y aun así estas parejas, tanto él como ella, quisieran tener una aventura, buscar una tercera persona. Pudiéramos preguntarnos si esa búsqueda externa es porque queremos tener a alguien con quien hablar; pero esto puede hacerse con el propio o la propia; y es costumbre que una hora antes de dormir, cuando no es momento de cumplir deberes conyugales, haya una conversación larga y reposada de lo que pasó en el trabajo, en la casa, sobre los niños; en verdad que no se trajinan las emociones por el ansia de romper la rutina; no, por aquí no van los tiros. ¿Queremos que nuestra mujer, él, o nuestro hombre, ella, sean atrevidos?; esto es, que en la cama sean unos sutras. Tampoco es la razón, y de hecho en la práctica, cuando el hombre aprende algo bueno en la calle, lo repetirá como un regalo a su mujer. Si la hembra es la alumna, le pedirá a su marido que practiquen la posición que vio en un programa de TV sobre la vida sexual romana. Así que por aquí no encontramos la causa. El autor no seguirá elucubrando, dará la razón. Es sencilla, buscamos amantes, ellos o ellas, porque queremos besarnos con ganas; queremos que el toque de los labios no sea un simple piquito, sino una tusa, como dicen los jóvenes, o un mamío como dirían los mayores; se quiere que las lenguas jugueteen cual apéndices nerviosos. Parece mentira, pero este hecho tan simple no se da en las parejas ya estables; así se amen. Amiga lectora, amigo lector, si tienen una relación de más de cinco años, mediten, ustedes ya no se besan apasionadamente. Pareciera como natural que en algún momento se haya perdido el sabor de los besos; el intercambio salival nos hace sentirnos asquientos; pero las mezclas de otros tipos de secreciones corporales son perfectamente aceptadas.
Marcial Fonseca
sábado, 14 de julio de 2007
El celular y la teoría de la información
El Mundo / Sábado / Caracas , 14 de Julio de 2007
Cuando se escribe sobre el lenguaje que usan los jóvenes en sus mensajes enviados vía celular, o al chatear, los enfoques han venido del lado de los filólogos con análisis que van desde cómo el idioma evoluciona hasta concluir que es falta de educación gramatical en nuestros muchachos. No ha habido, o este columnista no lo ha leído, enfoques a la luz de la teoría de la información para demostrar que lo que hacen los usuarios de los móviles es completamente válido. El creador de esta materia, C.E. Shannon, antes de la primera mitad del siglo XX, expuso los postulados que son el fundamento de la revolución digital que recorre el mundo desde hace varios años. A pesar de la sencillez de la exposición, Shannon no pudo dejar de usar abstrusos conceptos de la termodinámica como entropía; pero hagamos un resumen de la teoría sin muchos aspavientos. Cuando el canal de comunicación que hay entre un emisor y un receptor distorsiona o mutila el mensaje por el ruido que introduce o por las imperfecciones que lo caracterizan, siempre será posible transmitir sin errores si se logra el apropiado esquema de codificación. En palabras llanas, el mensaje debe ser manipulado para encarar cualquier defecto del medio de transmisión: ruido, limitación de espacio, de tiempo, etc. Ahora pasemos a lo que han hecho nuestros hijos, que espontáneos, y sin ninguna escuela, logran lo que en el árido mundo de la teoría de la información se vería como obvio. Veamos algunos ejemplos de las oraciones construidas por ellos: Noc tio como dic ud; es claro que quiso decir No sé, tío, cómo dice usted; otra: Q l scribo, qué le escribo. Bun viag chama, m rpikas al ygar; buen viaje, chama, me repicas al llegar. Los jóvenes explican su gramática: Como sta? S Diana la amiga d Zurina. Eya m dijo lo dl artqlo. Buno para mpzar l pue2 dcir que uno sustituy palabras. Ejmpl la ltra e no c colok, s como scribir star. M ntndio to2 lo q l scribi. Las limitaciones del canal son número de caracteres limitado y velocidad en la respuesta. No es lógico que los tildemos de que están en una nueva era, ellos están adecuando el mensaje al medio de transmisión. Y esto siempre ha sido así; es como cuando se habla por radio (walkie-talkie) que en vez de no o sí, dicen negativo, positivo; o cuando, por teléfono recurrimos a Barcelona para decir la letra be, o a Orlando para la O; con estas redundancias estamos solventando lo parecido o ininteligibles que se vuelven ciertas letras por máculas del canal de comunicación. Es el mismo fenómeno del margariteño que alarga las palabras para evitar que la brisa marina se las apague. Un hecho interesante en estos mensajes texto es que la E, la más usada tanto en español como en inglés, casi no se usa; en el alfabeto Morse esa letra es apenas representada por un punto. Un dato curioso, la T es una raya por ser la segunda letra más común en inglés; si el alfabeto telegráfico hubiese sido creado para manejar el español, esa raya le hubiera tocado a la A. El objetivo es que la representación de los elementos del mensaje se aproxime a la información que poseen. Spro q ayan ntndi2 la pdant part final.
Marcial Fonseca
Cuando se escribe sobre el lenguaje que usan los jóvenes en sus mensajes enviados vía celular, o al chatear, los enfoques han venido del lado de los filólogos con análisis que van desde cómo el idioma evoluciona hasta concluir que es falta de educación gramatical en nuestros muchachos. No ha habido, o este columnista no lo ha leído, enfoques a la luz de la teoría de la información para demostrar que lo que hacen los usuarios de los móviles es completamente válido. El creador de esta materia, C.E. Shannon, antes de la primera mitad del siglo XX, expuso los postulados que son el fundamento de la revolución digital que recorre el mundo desde hace varios años. A pesar de la sencillez de la exposición, Shannon no pudo dejar de usar abstrusos conceptos de la termodinámica como entropía; pero hagamos un resumen de la teoría sin muchos aspavientos. Cuando el canal de comunicación que hay entre un emisor y un receptor distorsiona o mutila el mensaje por el ruido que introduce o por las imperfecciones que lo caracterizan, siempre será posible transmitir sin errores si se logra el apropiado esquema de codificación. En palabras llanas, el mensaje debe ser manipulado para encarar cualquier defecto del medio de transmisión: ruido, limitación de espacio, de tiempo, etc. Ahora pasemos a lo que han hecho nuestros hijos, que espontáneos, y sin ninguna escuela, logran lo que en el árido mundo de la teoría de la información se vería como obvio. Veamos algunos ejemplos de las oraciones construidas por ellos: Noc tio como dic ud; es claro que quiso decir No sé, tío, cómo dice usted; otra: Q l scribo, qué le escribo. Bun viag chama, m rpikas al ygar; buen viaje, chama, me repicas al llegar. Los jóvenes explican su gramática: Como sta? S Diana la amiga d Zurina. Eya m dijo lo dl artqlo. Buno para mpzar l pue2 dcir que uno sustituy palabras. Ejmpl la ltra e no c colok, s como scribir star. M ntndio to2 lo q l scribi. Las limitaciones del canal son número de caracteres limitado y velocidad en la respuesta. No es lógico que los tildemos de que están en una nueva era, ellos están adecuando el mensaje al medio de transmisión. Y esto siempre ha sido así; es como cuando se habla por radio (walkie-talkie) que en vez de no o sí, dicen negativo, positivo; o cuando, por teléfono recurrimos a Barcelona para decir la letra be, o a Orlando para la O; con estas redundancias estamos solventando lo parecido o ininteligibles que se vuelven ciertas letras por máculas del canal de comunicación. Es el mismo fenómeno del margariteño que alarga las palabras para evitar que la brisa marina se las apague. Un hecho interesante en estos mensajes texto es que la E, la más usada tanto en español como en inglés, casi no se usa; en el alfabeto Morse esa letra es apenas representada por un punto. Un dato curioso, la T es una raya por ser la segunda letra más común en inglés; si el alfabeto telegráfico hubiese sido creado para manejar el español, esa raya le hubiera tocado a la A. El objetivo es que la representación de los elementos del mensaje se aproxime a la información que poseen. Spro q ayan ntndi2 la pdant part final.
Marcial Fonseca
sábado, 16 de junio de 2007
Amor cibernético
El Mundo / Sábado / Caracas , 16 de Junio de 2007
«Ella confesaba que se humedecía allá abajo de sólo leer sus palabras. La mujer le facilitó su celular; oírla al teléfono hizo que se enamorara más; supo descubrir en las inflexiones de su voz hasta cuando quería que la mimaran» Se habían visto sin detallarse mucho; para ella, era un simple y lejano conocido; pero para él, esa mujer era la perfección hecha realidad. El rostro irradiaba sensualidad, zanganería y belleza; el cuerpo, empezando por arriba, imponía unas bellas turgencias, seguía un hermoso valle y la sonrisa vertical era una abultada colina flanqueada por dos esbeltas columnas. No hallaba cómo entrarle y decidió valerse de esa maravilla que la tecnología moderna ha puesto a nuestra disposición para unirnos tanto de cerca como de lejos: internet. Con mañas consiguió su correo y empezó un cruce de mensajes anónimos; al principio exploratorios e inocuos, los primeros chistes fueron insípidos, luego subieron de tono; él se identificaba como "tu viejito", ella como "la tía maravilla"; pero él la llamaba mi cucona. Nunca se dijeron dónde vivían. Pasaron a hacerse confesiones de cómo los había tratado la vida, de amores anteriores, que a él lo ponían celoso, y así fue naciendo una relación. Las preguntas iniciales de si lo de ellos sería solamente virtual los llevó a cómo se satisfarían si pudieran encontrarse. Ella confesaba que se humedecía allá abajo de sólo leer sus palabras. La mujer le facilitó su celular; oírla al teléfono hizo que se enamorara más; supo descubrir en las inflexiones de su voz hasta cuando quería que la mimaran, al menos de palabras, y que a él le salían del corazón. Sí, era la mujer de su vida. Los correos electrónicos también se volvieron atrevidos; ya ella enviaba fotos, vestida y ocultando el rostro primero, luego en ropa interior y siempre del cuello hacia abajo; él se limitaba a solazarse; y ella se excitaba con los comentarios telefónicos que, como decía, la ponían maluca; sobre todo cuando él le describía cómo la masajearía del cuello a sus nalgas; cómo le levantaría el trasero para observarla desde atrás. La pasión se fue acrecentando y los deseos se hicieron inaguantables. Tenían que pasar a los hechos, él insinuó un encuentro, mas ella creyó que eso sería imposible; se lo imaginaba lejos, muy lejos, internet era espacio, distancia, separación, globalidad; pero cuál no sería su sorpresa cuando se enteró de que vivían en el mismo país y en la misma ciudad; él logró convencerla y acordaron una cita en un centro comercial. El hombre le pidió que se vistiera de azul para la ocasión, sabía que tanto cielo lo merecía; él le describió su vestimenta, pantalones beige, camisa de rayas azules, zapatos negros. Llegó el momento y él asistió al sitio acordado antes de la hora, se ocultó en una esquina del restaurante, la vio llegar; estaba hermosa, realmente era una hembra; pero algo en ella no encajaba. Luego de que la mujer de su sueño se ubicara en una mesa, se le acercó; estaba emocionado, tantas palabras cibernéticas se convertirían en realidad. La saludó con garbo, se sentó; ella se extrañó, quiso decirle que esperaba a alguien; pero se percató de cómo andaba vestido él. La mujer se vio su ropa con pena, no era azul, era un gris triste para que no la reconocieran; el hombre comprendió que aquello no iba a funcionar, se levantó, y se marchó. Ella no hizo ningún intento por retenerlo, no veía en él el tipo que se había imaginado.
Marcial Fonseca
«Ella confesaba que se humedecía allá abajo de sólo leer sus palabras. La mujer le facilitó su celular; oírla al teléfono hizo que se enamorara más; supo descubrir en las inflexiones de su voz hasta cuando quería que la mimaran» Se habían visto sin detallarse mucho; para ella, era un simple y lejano conocido; pero para él, esa mujer era la perfección hecha realidad. El rostro irradiaba sensualidad, zanganería y belleza; el cuerpo, empezando por arriba, imponía unas bellas turgencias, seguía un hermoso valle y la sonrisa vertical era una abultada colina flanqueada por dos esbeltas columnas. No hallaba cómo entrarle y decidió valerse de esa maravilla que la tecnología moderna ha puesto a nuestra disposición para unirnos tanto de cerca como de lejos: internet. Con mañas consiguió su correo y empezó un cruce de mensajes anónimos; al principio exploratorios e inocuos, los primeros chistes fueron insípidos, luego subieron de tono; él se identificaba como "tu viejito", ella como "la tía maravilla"; pero él la llamaba mi cucona. Nunca se dijeron dónde vivían. Pasaron a hacerse confesiones de cómo los había tratado la vida, de amores anteriores, que a él lo ponían celoso, y así fue naciendo una relación. Las preguntas iniciales de si lo de ellos sería solamente virtual los llevó a cómo se satisfarían si pudieran encontrarse. Ella confesaba que se humedecía allá abajo de sólo leer sus palabras. La mujer le facilitó su celular; oírla al teléfono hizo que se enamorara más; supo descubrir en las inflexiones de su voz hasta cuando quería que la mimaran, al menos de palabras, y que a él le salían del corazón. Sí, era la mujer de su vida. Los correos electrónicos también se volvieron atrevidos; ya ella enviaba fotos, vestida y ocultando el rostro primero, luego en ropa interior y siempre del cuello hacia abajo; él se limitaba a solazarse; y ella se excitaba con los comentarios telefónicos que, como decía, la ponían maluca; sobre todo cuando él le describía cómo la masajearía del cuello a sus nalgas; cómo le levantaría el trasero para observarla desde atrás. La pasión se fue acrecentando y los deseos se hicieron inaguantables. Tenían que pasar a los hechos, él insinuó un encuentro, mas ella creyó que eso sería imposible; se lo imaginaba lejos, muy lejos, internet era espacio, distancia, separación, globalidad; pero cuál no sería su sorpresa cuando se enteró de que vivían en el mismo país y en la misma ciudad; él logró convencerla y acordaron una cita en un centro comercial. El hombre le pidió que se vistiera de azul para la ocasión, sabía que tanto cielo lo merecía; él le describió su vestimenta, pantalones beige, camisa de rayas azules, zapatos negros. Llegó el momento y él asistió al sitio acordado antes de la hora, se ocultó en una esquina del restaurante, la vio llegar; estaba hermosa, realmente era una hembra; pero algo en ella no encajaba. Luego de que la mujer de su sueño se ubicara en una mesa, se le acercó; estaba emocionado, tantas palabras cibernéticas se convertirían en realidad. La saludó con garbo, se sentó; ella se extrañó, quiso decirle que esperaba a alguien; pero se percató de cómo andaba vestido él. La mujer se vio su ropa con pena, no era azul, era un gris triste para que no la reconocieran; el hombre comprendió que aquello no iba a funcionar, se levantó, y se marchó. Ella no hizo ningún intento por retenerlo, no veía en él el tipo que se había imaginado.
Marcial Fonseca
martes, 3 de abril de 2007
Anécdotas gramaticales
El Mundo - Caracas, 3 de Abril de 2007
Como estamos en el mes dedicado al lenguaje, recordaremos algunas anécdotas que tienen en común referirse a algún aspecto del idioma. Quizás muchas veces ellas son simples muestras de buen humor y para darles visos de realidad, las atribuyen a personajes famosos. Empecemos con aquella del gran filólogo Angel Rosenblat. Un alumno explicó que un compañero de clase estaba ausente porque tenía complicaciones con su diábetes; el profesor le contestó, esa es una enfermedad muy grave, pero nunca esdrújula. Sigamos en el ambiente escolar. La maestra les pidió a los niños que honraran a sus progenitoras con un relato libre, pero condicionado a terminar con la frase ¡madre hay una sola! El primer alumno contó que un perro lo atacó, pero su madre puso el brazo para que no lo mordiera a él etc. etc. y concluyó, ¡madre hay una sola! Le tocó a Jaimito; narró que estaba viendo televisión y dijo ma, quieres una malta, sí, hijo, contestó ella. Se va a la nevera, la abre, se voltea y grita, te fregaste, madre, hay una sola. Vayámonos al siglo XIX, donde el polémico periodista JV González mantenía sus famosas diatribas contra un presidente de aquel entonces. Los ataques eran realmente virulentos. Una vez caminaba el mandatario por la calle, con poca escolta, muy normal en esa época y se consigue frente a frente con su enemigo político. El Presidente dice, yo no le doy paso a estúpidos, el otro, apartándose, le contesta, yo sí, yo sí. Lo anterior nos lleva a un presidente postgomecista que paseaba con su esposa, manejando él, y en una calle del Country Club un borracho se le atraviesa, luego de frenar el presidente para no atropellarlo, el hombre se acerca a la ventanilla, en actitud mendicante y el Primer Magistrado le dice, sepa usted que a mí en la calle no se me para. La esposa murmuró, y en la casa tampoco. Hay dos preferidas del autor. La primera con más de quinientos años y el meollo de ella se sigue repitiendo hoy día, principalmente por periodistas y locutores afectados. Veamos. En el concilio de Trento, los obispos alemanes se burlaban de los españoles porque ya estos, en su latín, no establecían diferencia entre la V y la B, por ello comentaban los germanos: Beati Hispanici quibus vivere bibere est (Felices los españoles para los cuales vivir es beber); los hispanos contestaban, ante la dificultad de sus críticos de no poder diferencia la f de la b, Beati Germani quibus Deus verus, Deus ferus est (Felices los alemanes para los cuales el Dios verdadero es un Dios feroz). Así que es pedantería extrema pronunciar diferente la B de la V. Vayamos a la última. Andrés Bello, como a todo venezolano, le gustaba corretear a las muchachas de servicio. Ya establecido en Chile, su esposa inglesa lo sorprendió manoseando a la mucama y le dijo en su español enrevesado, Andrrrésss, esstoy sorrprrendida… No, no, contestó el gran filólogo, yo soy el sorprendido, tú estás estupefacta.
Marcial Fonseca
Como estamos en el mes dedicado al lenguaje, recordaremos algunas anécdotas que tienen en común referirse a algún aspecto del idioma. Quizás muchas veces ellas son simples muestras de buen humor y para darles visos de realidad, las atribuyen a personajes famosos. Empecemos con aquella del gran filólogo Angel Rosenblat. Un alumno explicó que un compañero de clase estaba ausente porque tenía complicaciones con su diábetes; el profesor le contestó, esa es una enfermedad muy grave, pero nunca esdrújula. Sigamos en el ambiente escolar. La maestra les pidió a los niños que honraran a sus progenitoras con un relato libre, pero condicionado a terminar con la frase ¡madre hay una sola! El primer alumno contó que un perro lo atacó, pero su madre puso el brazo para que no lo mordiera a él etc. etc. y concluyó, ¡madre hay una sola! Le tocó a Jaimito; narró que estaba viendo televisión y dijo ma, quieres una malta, sí, hijo, contestó ella. Se va a la nevera, la abre, se voltea y grita, te fregaste, madre, hay una sola. Vayámonos al siglo XIX, donde el polémico periodista JV González mantenía sus famosas diatribas contra un presidente de aquel entonces. Los ataques eran realmente virulentos. Una vez caminaba el mandatario por la calle, con poca escolta, muy normal en esa época y se consigue frente a frente con su enemigo político. El Presidente dice, yo no le doy paso a estúpidos, el otro, apartándose, le contesta, yo sí, yo sí. Lo anterior nos lleva a un presidente postgomecista que paseaba con su esposa, manejando él, y en una calle del Country Club un borracho se le atraviesa, luego de frenar el presidente para no atropellarlo, el hombre se acerca a la ventanilla, en actitud mendicante y el Primer Magistrado le dice, sepa usted que a mí en la calle no se me para. La esposa murmuró, y en la casa tampoco. Hay dos preferidas del autor. La primera con más de quinientos años y el meollo de ella se sigue repitiendo hoy día, principalmente por periodistas y locutores afectados. Veamos. En el concilio de Trento, los obispos alemanes se burlaban de los españoles porque ya estos, en su latín, no establecían diferencia entre la V y la B, por ello comentaban los germanos: Beati Hispanici quibus vivere bibere est (Felices los españoles para los cuales vivir es beber); los hispanos contestaban, ante la dificultad de sus críticos de no poder diferencia la f de la b, Beati Germani quibus Deus verus, Deus ferus est (Felices los alemanes para los cuales el Dios verdadero es un Dios feroz). Así que es pedantería extrema pronunciar diferente la B de la V. Vayamos a la última. Andrés Bello, como a todo venezolano, le gustaba corretear a las muchachas de servicio. Ya establecido en Chile, su esposa inglesa lo sorprendió manoseando a la mucama y le dijo en su español enrevesado, Andrrrésss, esstoy sorrprrendida… No, no, contestó el gran filólogo, yo soy el sorprendido, tú estás estupefacta.
Marcial Fonseca
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