jueves, 9 de agosto de 2001

El velorio que viene

Tal Cual - 9/8/2001

La vida del loco Pedro era caminar por las vías aledañas e internas de Duaca con una marusa por equipaje; en ella había un cepillo de dientes, crema dental, papel periódico y jabón azul. Le decían loco porque para él casi nunca existía el mañana, sólo el hoy. No era exigente: que la quebrada, su baño particular, siempre llevara agua y que el bosque siguiera siendo su hogar. Cuando no deambulaba por ahí, se bañaba, dormía o simplemente pintaba héroes de la independencia en los bares de la zona; cada botiquín daba la bienvenida a sus clientes con un patriota montado en su caballo, ambos de agudo perfil. El loco Pedro tenía dos maneras de proveerse la comida, una era en las cantinas adornadas con su arte, donde siempre lo recibían con un plato de caraotas y arepa de maíz. El otro método que se ideó para hacerse de un condumio fueron los velorios. En un pueblo apegado a las tradiciones, los finados eran velados en sus casas. Pedro se hizo famoso por acompañar a los muertos toda la noche, cosa que agradecían los familiares brindándole una cena. El tomaba su costumbre muy en serio, de hecho se acomodaba para la ocasión: se abotonaba la camisa desde el primer botón. Cuando lo veían en la plaza, derechito, como edecán de Bolívar, con el cuello en alto, ya todos sabían que alguien había fallecido. Una vez el autor le preguntó sobre los últimos velorios. Con solemnidad, Pedro contestó: "Bastante bien, anoche estuve en uno. Estuvo chipén, chipén" y al decirlo se tamboreaba la barriga, "caldo de gallina, pan de trigo y cocuy". Mostraba una cara de satisfacción, había cumplido su deber, y había cenado bien. Continuó hablando, "Pero déjeme decirle que el velorio que viene será mucho mejor...", intrigado lo interrumpí, "¿Cómo sabe que será mejor?". Me contestó, "Na guará, la muerta de anoche era tía de un amigo mío, ahora la mamá está grave. Por lo menos, hervido de res y ron".

Marcial Fonseca

martes, 17 de julio de 2001

Relato interactivo

Tal Cual - 17/7/2001

Era un ladrón ecológico. En bicicleta, de lycra, casco y lentes oscuros, recorría las urbanizaciones para estudiar el objetivo. La quinta seleccionada para esta noche tenía pocos ocupantes: un matrimonio y la hija de 20 años. <!--more--> Ingresó a la casa, la planta baja estaba silenciosa. En la sala consiguió una cartera con 50 mil bolívares; al lado, un reloj y dos anillos. Pasó a la biblioteca, vio un monedero, 30 mil bolívares más. Subió al segundo piso; una tenue cuchilla luminosa que salía de un cuarto llamó su atención. Afinó el oído, silencio absoluto. Llegó al halo de luz, que provenía de una hermosa luna llena. Entró a la habitación, la hija dormía boca arriba, una pierna hacía un delta con la otra. El camisón la cubría hasta la cadera, y por el calor, más que por moderna, no tenía pantaletas. El vello púbico estaba como peinado y convergía hacía la sonrisa vertical. Empezó a respirar diferente, se abrió el cierre del pantalón, se masturbaría; pero el negro triángulo hizo que se abalanzara sobre ella. Con una mano tapó su boca; con la otra, la despeinó. Ella no pudo gritar el final de su virginidad. Por los espasmos, le liberó la boca y un desgarrador "¡papá, papá!" inundó toda la casa. Rápidamente y con fuerza, clavó su antebrazo en la garganta de ella, se oyó el sordo sonido de la fractura de la laringe. El intruso se incorporó por los "¡hija, hija, qué pasa, qué pasa!" que venían del pasillo. Empuñó su revólver. La madre, llorando, abrazó a su hija, esta buscaba aire, el padre quería pedir ayuda, el ladrón que no se movieran. La joven se amorataba, la madre gritaba, el padre se enfurecía. La muchacha dio su postrer estertor, el progenitor saltó sobre el ladrón, que más ágil salió corriendo del cuarto, tropezó con una pared y rodó hasta el piso inferior, el padre se apoderó del arma y... Amigo lector, sea usted el padre y decida el final. Pero apresúrese, podrían acusarlo de violar los derechos humanos del delincuente.

Marcial Fonseca

martes, 29 de mayo de 2001

Quién quiere ser millonario

Tal Cual - 29/5/2001

La fiebre desatada por el programa es grande, una señora, frente a la iglesia San Francisco, decía a su esposo que eso estaba bueno para el programa. Se refería a la placa que rezaba que Simón Bolívar había recibido el título de Libertador en esa iglesia. Con el propósito de ayudar a los que salgan sorteados, y también para que los productores amplíen su banco de datos, se dará una serie de preguntas al estilo del programa. Las respuestas, luego. De estas palabras, ¿cuál está mal escrita?: a) lechoza, b) bacía, c) bisagra, d) contorción. La capital de Bolivia es: a) Sucre, b) La Paz, c) Cochabamba, d) Potosí. El autor de La oración por todos es: a) V. Hugo, b) A. Bello, c) J. Martí, d) W. Whitman. Voz argentina es: a) la que vibra como la plata, b) la que imita a C. Gardel, c)la que imita a los gauchos, d) la que es ostentosa. ¿Qué iglesia caraqueña es bifronte?: a) Sta. Teresa, b) Sta. Rosalía, c) La Catedral, d) San Pedro. El 1.1.1800 fue miércoles, ¿qué día fue el 1.1.1801?: a) jueves, b) viernes, c)martes, d) miércoles. Un sinónimo de cenotafio es: a) tumba vacía, b) tumba con epitafio, c) tumba sin epitafio, d) obituario. ¿Cuál de las siguientes expresiones es un oxímoron?: a) poesía elitesca, b) crónica policial, c) poesía épica, d) novela costumbrista. De los siguientes galardonados con el Nobel, ¿quién lo recibió dos veces?: a) L. Pauling, b) W. Churchill, c) D. Fo, d) N. Mandela. ¿Qué escritor británico admiró la sencillez del uniforme de los soldados del Libertador por consistir, según él, de simplemente un poncho, sin nada debajo?: a) T. Carlyle, b) S. Johnson, c) T. De Quincey, d) W. Shakespeare. ¿Cuál de estas frases es impropia?: a) de acuerdo a, b) de acuerdo con, c) en relación con, d) con relación a. Dedicada a los productores del programa que usan la expresión indebida en la pregunta de la mente más rápida. Amigo lector, la respuesta correcta siempre es a).

Marcial Fonseca

viernes, 4 de mayo de 2001

Las muertes de Cervantes y Shakespeare

El Nacional - 4/5/2001

En la reseña "La Lengua sigue en movimiento", del pasado 23 de abril, Rubén Wisotzki, menciona la coincidencia de las muertes de Cervantes y Shakespeare, ambas ocurridas el 23 de abril de 1616; para ello cita al profesor Alexis Márquez Rodríguez. Lamentablemente hay una imprecisión en esta afirmación. Estos escritores murieron en la misma fecha pero no el mismo día; y ello es debido a que Inglaterra, para el año 1616, no había adoptado el calendario gregoriano, por lo que ese país tenía 10 días de atraso en relación con las naciones que sí habían adoptado la reforma en su momento, 1582. Cuando Cervantes muere, 23 de abril, en Inglaterra era 13 del mismo mes y Shakespeare estaba vivo; cuando finalmente fallece éste, 23 de abril en la isla, ya en España era 3 de mayo.

Marcial Fonseca

jueves, 26 de abril de 2001

Determinacion del Domingo de Resurreccion

El Nacional - 26/4/2001

En la carta "¿Dejaron de ser lunares?, del pasado 23 de abril, Alfredo López Pérez pregunta sobre cómo se determina la Semana Santa y quién lo hace. La última pregunta es fácil, es responsabilidad de la Iglesia católica. En relación con la segunda, el Domingo de Resurrección es el primer domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera, y éste es fijado "oficialmente" por Roma, desde el concilio de Nicea, año 325, el 21 de marzo; la luna llena también es fijada oficialmente por la Iglesia. Recordemos que no es la luna local, que puede tener hasta dos días de diferencia con la "oficial". Ha habido intentos para usar la de Jerusalén, pero no han cristalizado.. Determinado el Día de Resurrección, el domingo anterior es el de Ramos, y a partir de este nos vamos hacia atrás 40 días, y tenemos el Miércoles de Ceniza. Así que ni este año, ni ningún otro, ha habido errores.

Marcial Fonseca

martes, 27 de febrero de 2001

Lógica de las palabras

El Nacional - 27/2/2001

Siempre relacionaba lo aprendido en el aula con lo que veía en la calle; por ello escribió Josephina porque así se escribía Phillips Morris; pero en la primera semana de cuarto grado descubrió que el mundo real cabía en sus apuntes de clase. Se alegró mucho al comprobar que en el fondo de las botellas de cocuy decía claramente 0,70 litros, la definición que su maestro había dado de botella como unidad de volumen.  Cada día la escuela le daba una nueva pieza de cotidianidad. Partir una arepa le sugería las fracciones que el maestro había mencionado. Al oír al campesino hablar de sus tres hectáreas, pensó en los cien metros de una cuadra, por lo que tres manzanas daban idea del tamaño de la parcela. Las enseñanzas también le servían para discrepar de la realidad. "El jugo gástrico puede disolver un pedazo de cuero", le enseñaron en quinto grado. "Mamá, el chicle no se empelota en el estómago porque el jugo gástrico lo disuelve todo, así que no importa si me lo trago". El sexto grado lo puso en contacto con la historia. Las plazas y los monumentos empezaron a tener más sentido; y que su padre, en Caracas, le mostrara el balcón desde donde Madariaga indujo al pueblo para que rechazara a Emparan, fue una gran cosa. En bachillerato sabría el porqué de las olas, el porqué de las fases lunares; pero lo que más le llamaba la atención era el inglés. Entender El llanero solitario, el de las películas del cine, sin necesidad de los subtítulos, sería una maravilla. El primer año y el inglés llegaron. Dedicaba su tiempo al nuevo idioma. El I am, you are, he is, le parecían fáciles; sólo que no hallaba cómo llevarlo a la tranquila vida de Duaca. Su padre ya no era el corroborador de los apuntes de clase, al menos en lo atinente al inglés. El profesor te aclaró que ayes yes no era así sí. Las clases avanzaban. Chair, table, car, house, dog, cat, man, woman. Descubría similitudes: a las preguntas le decían cuestiones; pero no columbraba cómo cotejarlas con su ambiente. Todo cambió un día. El profesor enseñaba cosas menos concretas. Pasó de window a clean, de child a beautiful. Y finalmente de engine a battery, y esta palabra la conocía, estaba en el tablero del carro. Siempre creyó que battery era una palabra mal escrita. Así que su padre sí tenía saber, debía conocerlas porque estaba ahí. Llegó a su casa; y luego que su padre terminó la siesta, se lo llevó al carro. "Papá, me enseñaron que battery es batería...". "Sí, hijo, e indica cuándo deben prenderse las luces para no quemar el alternador". "Papá, ¡y temperature es temperatura!". "Sí, hijo, y para que vaya aprendiendo, la aguja me dice si puedo arrancar el carro...". "¿Qué significa si está en C?", lo interrumpió. "Hijo", contestó con voz pedagógica, "caliente; para andar un carro, este debe estar caliente". "Aja, papá, ¿y en H?". "Carajo, hijo", con un tono de reproche porque el hijo no atrapaba la lógica de las palabras, "hirviendo; y aprenda, nunca maneje un carro hirviendo".

Marcial Fonseca

martes, 17 de octubre de 2000

Maneras de sobrevivir

El Nacional - 17/10/2000

Para complacer a su madre, pasaría unos días con la tía. Ésta era famosa por sus ideas para ahorrar, o mejor sería decir, para sobrevivir. Obraba milagros con su pensión. En la familia referían el cuento del hueso que usaba durante seis meses para hacer hervido o que era muy convincente, y para pedir prestado, habilísima. El chofer le indicó el edificio. Sacó un papelito para comprobar el número del apartamento, y como eran tres pisos, subió por las escaleras. El timbre no funcionaba. La tía se asomó a la reja. Se alegró mucho y luego de la bendición, se entretuvieron hablando de lo mucho que había crecido, de lo hombre que era. Se ofreció a repararle el timbre. "No, hijo, lo tengo así para ahorrar". Siguieron conversando. "Tía, tengo sed, voy a la cocina"; "No, yo le traigo agua". Adivinó que no quería que entrara a la cocina. Para la cena, le sirvió un plato de caraotas y otro de pasta. Ella se sentó; pero no comió. "Tía, lavaré los platos", se ofreció él. "No, no se preocupe", contestó ella. Esa noche sintió cólico, que atribuyó a la sazón de las caraotas, en verdad un poco rara. Se levantó muy temprano. Quiso hacer café, pero no le pareció correcto, así que esperó a que se levantara. El desayuno fue frugal, y de almuerzo, carne, y otra vez caraotas. A la mitad de la tarde sonó el intercomunicador. "¿Sí?"; "Señora soy yo, ¿me va a pagar?"; "Sí, suba"; "¡Pero seguro que me va a pagar!"; "Sí, suba"; "¿No me va a engañar?"; "No, suba". "¿Quién es ese?", preguntó el sobrino, "Un cobrador necio". Ella le abrió. "Señora, me debe tres cuotas"; "Mire, yo ahora tengo muchos problemas"; "Pero usted me dijo que..."; "Fíjese, tengo aquí a mi sobrino..."; "Usted me dijo...", "Oiga, Dios le agradecerá si usted me presta...". El sobrino vio como lo convenció de que le prestara dinero. Era realmente habilidosa. "Hijo", le dijo después de ido el cobrador, "quiero regalarle unos zapatos"; "Gracias, tía; pero no es necesario..."; "Mañana", lo interrumpió, "vamos a una tienda, pero tiene que ser antes de la siete, a esa hora abren". Intuía que la industria para quitarle prestado al cobrador, el timbre que no funcionaba y lo de antes de las siete eran parte de las mañas para sobrevivir, igual que la prohibición indirecta de ir a la cocina. La cena fue caraotas y pasta. A medianoche, cuando los ronquidos anunciaban que la tía dormía profundamente, entró a la cocina. Nada más un plato, una cuchara, una taza, un tenedor, una cucharilla, y un cuchillo. Siempre alerta, abrió la pequeña nevera. Descubrió el plato de las caraotas, vacío y con una costra negra. Se veía que no lo lavaba, lo que le permitía preparar los granos sin sazón, y esta la extraía al servir en el plato ya madurado. Era realmente ingeniosa. Despertó bien temprano. Llegaron al negocio antes de las siete. "Adelante", dijo el árabe. "Paisano, quiero unos zapatos para mi sobrino..., hijo, seleccione el que quiera". Merodeó y seleccionó un par, y se los puso para probarlos. "¿Cuánto cuestan?", preguntó ella. "Barato, 80 mil bolívares"; "¿Está loco? Sobrino, quíteselos"; "No, espere", dijo el turco, "bueno, 75 mil bolívares"; "No, quíteselos, sobrino". Se los quitó. "No, no, póngaselos, está bien, 70 mil". Se los puso. "No, muy caro, quíteselos". Se los quitó. Entre poner y quitárselos, el precio llegó a dos mil. "Está bien", dijo ella, "páguese". Cuando salieron a la calle, le dijo a su sobrino. "Hay que aprovecharse de las supersticiones de los demás, este árabe cree que si el primer cliente no compra, se empava el día".

Marcial Fonseca