lunes, 5 de julio de 1999

La justicia del pueblo

El Nacional - 5/7/1999

El bullicio familiar rompía el conticinio de la fresca madrugada en una velada que había empezado al filo de la medianoche. Compartían con el padre, los cuentos del mayor, los achaques de la abuela, las travesuras del toñeco y él, lo bien que le había ido en las ventas. "Papapedro", dijo la nieta quinceañera, "¿por qué no nos da los regalos ahora?". "No señor, los repartiré en Nochebuena", le contestó. "Viejo Pedro", intervino la esposa, "está como más delgado". "Sí, en los últimos días las ventas subieron muchísimo, al final fue un solo corre-corre".

Por la cercanía a la vereda, sabían que eran los únicos despiertos en todo el vecindario; aunque a veces unos pasos cansinos revelaban que alguien estaba llegando tarde a su casa. Cuando no hablaban, se oía un silencio interrumpido por una brisa fría. Repentinamente, se oyen los pasos y gritos de una persecución por los techos de las viviendas. Se distinguía la voz de alguien enfurecido y la carrera de otro que buscaba desesperadamente cómo escapar. "¡Párate desgraciado, párate ahí!", gritaba el perseguidor, furioso. El perseguido contestaba acelerando el paso y haciendo maromas de techo en techo. Saltar hacia un solar era peligroso por los perros, además de que quedaría encerrado; así que se guió por la luz de la calle, que sobresalía en la oscuridad del manto de techos, y se dirigió a ella. Finalmente, el acosado se lanza hacia la caminería donde estaban los contertulios. "Esa voz es la del compadre", había dicho el jefe de familia. "Vamos a ayudarlo. ¡Rápido muchachos, agarren lo que puedan y atrapemos al ladrón!". A éste no le dan tiempo de que arranque a correr de nuevo y se le van encima; entre todos le dan una paliza que lo deja medio muerto. "¿Qué le robó?", pregunta el viejo Pedro mientras el afectado inmovilizaba al victimario, en el suelo, colocándole el pie en el cuello. "Nada", contesta el compadre. "Lo encontré en la cama con mi esposa".

Marcial Fonseca

miércoles, 9 de junio de 1999

La Moneda

El Nacional - 9/6/1999

Frente al espejo, terminó de acicalarse antes de enfrentarse a la calle. Abrió la puerta y se sumergió en el bullicio de una ciudad ennegrecida por una nube plomiza. "¡Catia Catia!" gritó aquél. "¡Compadre! ¿Cómo le fue con los terminales?" se oyó por allá. "¡Nos vemos más tarde!" dijeron por aquí. Ya el ruido infernal de la gente, de los carritos, de las avionetas, de las motos no lo molestaban. Iba pensando en nada cuando a lo lejos vio un brillo argentino en el piso; era una moneda que nadie recogía y que a nadie llamaba la atención. "¡Dame una chicha con canela!" "¡Apártate que no estás asegurado!" protestó ésta. Se acercaba. Cuando estuvo sobre ella no la recogió. Aunque un bolívar es poca cosa, de todas maneras se volteó. "¡Vea por donde camina!", le gritó quien lo había tropezado. "Perdón", atinó a contestar. Pero la moneda había desaparecido.

Marcial Fonseca

jueves, 13 de mayo de 1999

Sapiencia de madre

El Nacional - 13/5/1999

La maestra, luego de un día muy ajetreado por la celebración escolar dedicada a las madres, esperaba ansiosa la hora de salida. Niños, dijo ella, la tarea es simplemente averiguar qué significa SOS: ese, o, ese. Está bien, contestaron todos a la vez, que anotaron en sus cuadernos la actividad de fin de semana. Instantes después el timbre anunció el término de las labores del viernes. Hasta el lunes, fue el grito que quedó en el aula, ya vacía de niños. El domingo, cuando la algarabía por el día de la madre había desaparecido, empezó Marcia a hacer su tarea. Con dificultad, tomó el diccionario largote. Veamos, leyendo en voz alta y pasando las páginas hasta llegar a la ese, SOS: prepos. insep. sub., no creo que esto sea lo que quiera la maestra; en verdad que prepos. no sé qué sub. no significa nada, eso lo entenderá mi papá. Buscó otro diccionario, más pequeño. Ese, leía mientras recorría las páginas con el dedo, sa, se, so, sortilegio, S.O.S., ¡ah!, y aquí tiene puntos: mensaje marino de auxilio en clave morse; mucho mejor; ¿y qué será morse?, mejor sigo: eme, o, erre; morrudo... morsa, ésta es; no, no es porque dice mamífero anfibio marino: ¡ah!, claro, seguro que la morse lleva el mensaje; pero si hay teléfono, para qué usar animales; es una buena idea que le pregunte a mamá, las madres saben de todo. Mirando hacia el parterre de la casa, ve a su hermano. Bibito, le dijo, ¿has visto a mami? No, contestó él. Mientras tanto en la cocina, desde donde vigilaba a los niños, la abuela había preguntado por Mildret. Ella salió, fue la respuesta de alguien. Marcia, gritó, su mamá no está. Bueno, pensaba la niña, las abuelas deben saber el doble. Abuela Enoe, le preguntó, ¿qué significa SOS? Mi amor, replicó con cara de experiencia, es fácil: socorro ombre sálvame. Pero, dijo la nieta con ojos de sorpresa, hombre es con hache. M' hija, le contestó, en peligro uno no se pone con esas tonterías.

Marcial Fonseca

jueves, 8 de abril de 1999

Curiosidad idiomática

El Nacional - 8/4/1999

Ya que estamos en abril, mes aniversario de la muerte de Cervantes y mes del idioma, se quiere compartir una curiosidad del lenguaje. En español, la sílaba ue, como inicio de palabra, exige siempre una h; pero las palabras derivadas, que convierten la ue en o, la eliminan: hueso, óseo; hueco, oquedad; huevo, óvalo; huésped, ¿hospedar?; oler, huelo La razón es simple: hará unos cinco siglos, la v (uve) tenía dos funciones, una consonántica (vaso, vino); y otra vocálica (vsted); por lo que la combinación, ve, hoy ue o ve, se prestaba a confusión y por ello fue decidido, quizás por los monjes copistas, que la función vocálica se indicara con una h; de ahí hveso para no leer veso. Los derivados no necesitaban la hache; por lo que puede corroborar en el excelente libro del profesor de la ULA, E. Obediente, Biografía de una lengua, o en la Gramática de la Lengua Castellana de Antonio de Nebrija. Huésped y hospedar arrastran la h del latín, aunque la primera la exigiría para que no se leyera vesped. A ciertas desinencias de oler se les colocó la hache para que hvelo, por ejemplo, no fuese velo.

Marcial Fonseca

jueves, 11 de marzo de 1999

La I Latina

El Nacional - 11/3/1999

Esperando benevolencia por la irritante primera persona, el autor narrará una anécdota de su hija de cuatro años, relacionada con el bello relato recogido en Cuentos Grotescos, de José Rafael Pocaterra, y que es título prestado a esta nota. Durante el carnaval pasado, conté a mi niña un resumen de la historia. Aparté al niño y a la abuelita, e hice énfasis en que era una maestra tan flaca que los alumnos le decía la I latina. Se dirigía a ellos en susurro. Y papá qué es susurro. Estaba enferma, tenía tos; caminaba muy lentamente. Los pulmones, congestionados. Y papá por qué. Una vez se presentó una suplente, y otra vez al día siguiente y al día siguiente. Los niños, preocupados, fueron a visitarla y la consiguieron muerta, en su urna. Y papá qué es muerta. Y papá qué es urna. Hasta el martes carnestolendo, la narración se repitió varias veces, con sus matices, y siempre con profusión de preguntas. El miércoles de ceniza, después del preescolar, me esperaba ansiosamente. -Papá -muy agitada- mi maestra es flaquita y tiene tos. -Hija, ¿y cómo habla? -Habla duro -contestó con cara de esperanza. -¡Ah! no le pasará nada -y la alegría volvió a su carita.

Marcial Fonseca

jueves, 4 de febrero de 1999

Vendedor de ilusiones

El Nacional - 4/2/1999

Desde que se jubiló, los domingos eran iguales: pensar lento; lluvia de hojas; gatos retozando. Un día, tocaron a la puerta. - Buenos días, bachiller, soy Elin Pozttor, mucho gusto. Usted no me conoce, soy nuevo por aquí, trabajo en el Club Deportivo. - Buenas, siéntese por favor. - Bachiller, usted ha sido un hombre importante para el pueblo; le estoy organizando un homenaje. Será un torneo de softbol y llevará su nombre. - Muchas gracias -y la vanidad iluminó su cara. - Tenemos un pequeño problema. Tome, aquí tiene su franela con su nombre grabado, Copa Ely Luzo. He comprado los uniformes, el trofeo, algunas franelas; pero falta plata: pagar el estadio, los árbitros, etc. Yo seguiré buscando colaboraciones, pero pensé que usted a lo mejor nos podría ayudar. Para mí es embarazoso, creo que usted compr... - No se preocupe- y le dio varios billetes. - Muy agradecido. Nos vemos el sábado en el estadio, a las diez de la mañana. Llegado el día, con su franela puesta, se fue al estadio. Estaba cerrado, no había nadie, sólo otros jubilados; todos ellos con sus respectivas franelas y nombres grabados. También les habían vendido su pedacito de ilusión.

Marcial Fonseca

domingo, 10 de enero de 1999

El abandono

El Nacional - 10/1/1999

Para Goer, de suyo borgiano, había sido un día de muchos entresijos. Mientras se alejaba del edificio, sentía en su espalda la tibieza de los reflectores del estacionamiento. Al llegar al carro, se da cuenta de que no estaba ahí con él. Sin entrar en pánico, se va a su casa y se encierra en un cuarto oscuro, de donde más nunca salió; incluso su jubilación la gestionó su esposa. Justificaba su actitud diciendo que quería vivir como un ciego y por tener ojos, simulaba la negrura huyendo de la claridad. No explicaba por qué muy esporádicamente, por segundos, encendía la luz. Su esposa e hijos no comprendían; pero aceptaban. El único contacto, prácticamente verbal, era con ellos. Como era un hombre de no dar lástima, no contaba a nadie el tormento de esa noche en el estacionamiento, cuando descubrió que su sombra había desaparecido; cuando ese yo que nace por la luz, y que es lo único que realmente posee el ser humano (lo otro, el pensar, si nos deja, a veces ni se dan cuenta), lo había abandonado. No quería que nadie se enterara de que su silueta postrada había tomado otro rumbo. Sin ella, su soledad era mayor que la del frío sepulcro.

Marcial Fonseca