El Nacional - 10/8/1997
El calendario actual, usado en casi todo el mundo para fines civiles, ha generado situaciones curiosas en su evolución. Su origen lo podemos ubicar en el s. 1 a.C., cuando Julio César decide reformar el Calendario Romano, que con sus 12 meses lunares, sus 355 días e intercalación de un mes cada dos años, estaba muy desfasado de las estaciones. Basó su reforma en el calendario egipcio de 365 d. y la ejecutó en dos partes. En la primera, agregó 90 d. al año 46 a.C; en la segunda, 45 a.C., pasó de un calendario lunar a uno solar de 365 d. Asimismo, decretó un año bisiesto cada 4 años, que tropezó con una dificultad; los romanos de esa época contaban inclusivamente, y los años bisiestos fueron introducidos cada 3 años. Esto trajo un desfase estacional, que fue corregido eliminando los días extras entre 8 a.C. y 8 d.C.
Con estos doce meses, y un día adicional cada 4 años, la humanidad se mantuvo hasta bien entrado el s. XVI, cuando, como consecuencia de ser el año ligeramente más largo que el tiempo que toma la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol, el equinoccio de primavera estaba adelantándose unos diez días. El Papa Gregorio XIII lleva a cabo su famosa reforma, que consistió en que al 4 de octubre de 1582, jueves, lo siguió el 15 de octubre, viernes, del mismo año, y que los años con doble cero, serían bisiestos si eran divisibles por 400. De esta manera habrá una diferencia de un día, en unos 3.000 años. Los países católicos implantaron inmediatamente la reforma; más no así los protestantes. En éstos, la adopción trajo revueltas callejeras, por razones tan peregrinas como que les estaban quitando días de sus vidas, o tan reales como tener que pagar, por ejemplo, el alquiler completo de la vivienda en el mes afectado; aunque sus salarios tenían descontados los días suprimidos. La implantación a destiempo de la reforma, ha creado muchas peculiaridades.
Cervantes y Shakespeare, murieron ambos en la misma fecha, el 23 de abril de 1616, pero no el mismo día, ya que Inglaterra adoptó la reforma en el s. XVIII. Otro ejemplo, la Revolución de Octubre, la rusa, ocurrió, para nosotros en el mes de noviembre. Un caso especial es el de Suecia. Ellos decidieron hacer el cambio progresivamente, eliminando los días bisiestos del 1700 al 1740. Así, el 1700 no tuvo día extra; pero por problemas internos, 1704 y 1708 sí los tuvieron, con lo que Suecia no estaba ni con un calendario ni con el otro pero ni tampoco con todo lo contrario ya que perdieron sincronismo con su propio plan. Para salir del problema, deciden regresar al juliano, y el año 1712, en Suecia, febrero tuvo 30 d. De todas las curiosidades, la más notoria es la de la Isla Foula, que perdida en el mar del Norte y perteneciente a Gran Bretaña, hoy día usan el calendario juliano. Ellos recibieron la noticia de la aceptación del calendario gregoriano, llevada a cabo en el año 1752, tres años después y decidieron quedarse con el viejo sistema. Por último, sin ánimos de terciar en la polémica sobre el inicio del próximo milenio, presentaremos la manera de calcular el siglo a partir del año. Para ello, recurriremos a una enciclopedia alemana, la Hoehere Matematik Enziklopedie, Koeln, 1948, que reza, pág. 2.403, el siglo es el entero que resulta de dividir el año, en su notación no abreviada, entre cien. Redondear por exceso ( abrundung auf die naechsthoehere einheit . . . ) . Ejemplos: 1901/100 = 19,01; redondeando s. XX; 1300/100 = 13; s. XIII. Quizás el lenguaje de las matemáticas convenza a los que se aferran dogmáticamente al 1.1.2000 como inicio del siglo XXI.
Marcial Fonseca